03/09/2011

Argentina

Opinión

Choripán y desarrollo: los argentinos, la patria grande y el primer mundo

“Hay sectores sociales cegados, que no se dan cuenta de que, tras el humo de los choripanes, avanza el desarrollo” Por Adrián Carlos Corbella.

A mi nene se le rompió la mochila que lleva al colegio. Y tenía que comprar una. Nos habían dicho que en Liniers los precios eran mejores que en mi barrio, y por eso decidí ir a comprarla allí, el sábado al mediodía.

Aunque vivo a unos seis kilómetros de Liniers, rara vez voy por esa zona. El área de Liniers que rodea al Shopping es un auténtico barrio boliviano, con muchísima actividad comercial.

Muchos amigos me han comentado que el barrio chino de Belgrano es muy lindo y pintoresco. Muchos otros, y a veces los mismos, me han dicho que Liniers es un desastre, que no se puede ir.

Liniers está repleto de gente. Puestos callejeros que venden desde medias y camisetas de fútbol hasta películas truchas. Generalmente estos puestos están atendidos por bolivianos. Pero también muchos de los locales comerciales "regulares", están atendidos por bolivianos.

Los almacenes están llenos de productos rarísimos que traen de Bolivia. La mitad de las cosas que hay en las verdulerías son unos vegetales que nunca había visto en mi vida, y la pregunta obvia es qué son y para qué sirven.

Y hay infinidad de pequeños restaurantes para la colectividad, muy "étnicos".Eran las trece, tenía hambre, y entré en uno. Pedí dos empanadas. Una masa de color amarillento y sabor dulzón, hecha con harina de maíz. Un relleno muy jugoso que tenía pollo, papa, aceituna y dos o tres cosas que sólo Dios sabrá qué son. Ricas, sin exagerar. Traje un par a casa para que las prueben.

Vendían un arroz con vegetales y huevo que parecía Chaw Fan . También unos fideos morenos brillantes, cubiertos de algún aceite. Éstos dos platos parecían comida china. Le pregunté al mozo :

-¿Eso es comida china o boliviana?

Y me contestó :

-Es boliviana. Pero a la vista parece china. Cuando vienen clientes chinos la piden, y al probarla se dan cuenta de que es otra cosa.

Volví a mi casa pensando en mi interesante visita al barrio boliviano de Liniers … ¿Por qué no se puede ir? … ¿Por qué el barrio chino de Belgrano es superinteresante y éste no?
¿Prejuicios?

Alguno me dirá que la china es una cultura milenaria (la altiplánica también muchachos, no hay diferencia en eso), que los chinos esto y los bolivianos aquello, que …

Seamos claros, porque hay una sola explicación : la cultura china tiene una prosapia primer mundista de la que carece la boliviana. La cultura altiplánica es apenas una cultura sudaca tercermundista…(¿Y por casa cómo andamos?)…

Es decir : Prejuicios.

Prejuicios que se montan sobre muchas de nuestras propias características culturales. Porque a los argentinos siempre nos gustaron las lucecitas de colores.

En el siglo XIX los “forjadores de la patria” copiaron con toda exactitud moldes primermundistas . Construyeron una Buenos Aires que se asemeja a París, trajeron cloacas, luz eléctrica, pavimentos, agua y gas. Se erigieron algunas ciudades europeas casi en forma de enclave, rodeadas por un “afuera”, por el interior, que permanecía casi inalterado. Copiamos rasgos visibles, luces de colores, sin estudiar qué modelos sociales, políticos y económicos habían permitido a las sociedades europeas esos avances. Qué modelos productivos eran responsables de esos progresos. No analizamos los cómo o los por qué : compramos hecho y lo instalamos.

Y mientras duró el dinero de las agroexportaciones, mientras la sociedad argentina del siglo XIX tuvo “viento de cola”, todo marchó bien … para una clase dominante sentada sobre las tierras de la llanura pampeana (robada a los pobladores originarios de esas tierras y a los gauchos federales), que explotaba por igual a la mano de obra de origen criollo y a la llegada desde Europa.

En el siglo XX el viento comenzó a cambiar de dirección, y Argentina se estancó en esa calma chicha que no nos llevaba a ningún lado.

Y fue esa misma clase dominante agroexportadora la que bloqueó, sin ahorrar violencia, todos los intentos de remplazar ese modelo agotado, agonizante, por uno industrial que copiara, no los aspectos externos, la escenografía, el maquillaje de las sociedades europeas, sino las auténticas fuentes de sus avances y su prosperidad.

Pasó el primer peronismo, pasaron los tímidos intentos de Frondizi, y llegó la Reorganización Nacional. Y volvimos a las lucecitas de colores. A importar el progreso en forma de productos terminados. A pensar que comprando barato lo producido por otros traíamos el progreso. Así teníamos todos los beneficios de la industria pero sin el humo, la mugre, los sindicatos y el olor a sudor de los trabajadores. Llegamos a pensar que copiando la forma y el color de los dólares un austral sería igual a un dólar. A creer en la convertibilidad, en la falacia de un peso a un dólar, sin entender que eso se lograba quitando competitividad a nuestra economía y haciendo ingresar en forma continua cantidades masivas de dólares, vía endeudamiento externo y venta de bienes del Estado (privatizaciones).

Nos encandilaron las luces de los Shopping, el brillo de los barrios privados, la novedad de mil y una chucherías importadas, los viajes baratos al exterior. Y nos negamos a ver que tras esas luces deslumbrantes había un país que se caía a pedazos, con industrias que bajaban la persiana, con escuelas y hospitales que estaban cada vez peor, con un crecimiento exponencial de la marginalidad y la inseguridad. Y de la deserción escolar.

El desastre del 2001 cerró este ciclo, y los argentinos nos encontramos con que las luces de colores se apagaron, y detrás quedó la realidad de un país hundido en el subdesarrollo.

Un país que volvió al trueque, que tenía un festival de cuasi monedas, que cayó en el default, que cantaba con energía “que se vayan solos, que no quede, ni uno solo”. Un país realmente “crispado”.

Había que salir de esa situación. Y algunas cosas aprendimos de esas experiencias.

En el siglo XXI los argentinos estamos tratando de olvidarnos del brillo y las luces de colores. El progreso no se compra ; se construye. Ahora no sólo hacemos shoppings y barrios privados . Nos concentramos más en escuelas y fábricas, universidades y hospitales, gasoductos y trenes, autopistas y plantas energéticas … Y buscamos integrarnos con nuestros compatriotas de la “Patria Grande”.

Por supuesto que estas construcciones y logros no tienen el mismo brillo, el mismo glamour. No tienen ese aire primermundista, ese perfume francés ; vienen con el humo, la mugre, el sudor y el olor a choripán. Y muchos ven sólo eso : el humo, la mugre, el sudor y los choripanes…

En los ochenta y noventa mucha gente se deslumbró con las luces de colores. Pensó que el progreso se compraba en las atractivas marquesinas de los negocios de importación. Que un país se construía comprando lavarropas italianos, televisores taiwaneses, zapatillas brasileñas, computadoras japonesas, autos coreanos, ropa hindú o irlandesa, latas de tomates franceses, pescado ecuatoriano, herramientas chinas, vinos chilenos y equipos de audio de Hong Kong.

Ellos, los supercivilizados primer mundistas, volvían a 1492 :cambiaban su oro por bonitas artesanías …

No es casual. Es que fueron justamente esas luces las que los cegaron a una triste realidad : detrás de esa escenografía del “Primer Mundo” había un país que se iba desmoronando, cuyas actividades productivas se hundían, cuyos pobladores se iban sumergiendo en la pobreza y la marginalidad, o emigraban a España, para lavar las copas de los europeos …

Esos sectores sociales cegados son los mismos que hoy no pueden interpretar lo que ven. Se concentran en aspectos, colores y olores. Ven las cosas superficiales. Y no se dan cuenta de que, tras el humo de los choripanes, avanza el desarrollo …

 

Adrián Carlos Corbella

adriancorbella.blogspot.com

 

 




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