30/08/2016

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Malestar a nivel internacional por la "Pumamanía"

Luego del partido entre Argentina y Sudáfrica en Salta, aparecieron los comentarios negativos por los silbidos de la hinchada, las quejas por el árbitro, y las actitudes de los deportistas y relatores.
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La cultura del fútbol empieza a mezclarse con el rugby y cae mal en Europa.

Desde aquella gesta histórica en el Mundial de Rugby del 2007 en Francia, la historia y el fanatismo por Los Pumas ha crecido de manera sostenida. Tanto la Selección Argentina como Los Jaguares se ubican en la elite del deporte y el mundo habla y mira para esta parte del planeta.

 

Algunas cosas de la cultura "argenta" son recibidas con admiración en el plano internacional, y otras no tanto. Como en el caso del periodista español Fermín de la Calle, quien publicó una dura crítica a lo sucedido en el estadio Martearena de Salta.

 

Más allá de los términos (en España, es común decir "placaje" en lugar de "tackle", o "melé" por "scrum"), el texto da en el centro del espírituo deportivo nacional. Justo después de los Juegos Olímpicos de Brasil, donde los hinchas argentinos también habían "futbolizado" otros deportes.

 

Vale recordar que De la Calle es el mismo periodista que, en 2011, escribió que Los Pumas eran el "mejor equipo del mundo" en una nota que tituló Apóstoles de la dignidad, y que fue publicada en el diario AS.

 

"Comentaristas incitando a pitar (silbar) al pateador rival, periodistas insultando al árbitro, jugadores pidiendo tarjetas... El rugby vive malos tiempos. Se futboliza", dice en su nota, que apareció en Eurosport.


La nota del periodista español:

 

"El pasado sábado los Pumas lograron una histórica victoria ante Sudáfrica, su tercer triunfo desde su ingreso en el Rugby Championship. Un partido emocionante y áspero en Salta en el que los Springboks se emplearon con su habitual dureza. A resultas de la misma se produjeron algunas lesiones en jugadores argentinos como las de Nicolás Sánchez o Juan Martín Hernández.

 

Lo cierto es que el árbitro francés Jerome Garcés demostró permisividad con los sudafricanos en varias jugadas, protagonizadas en su mayoría por el flanker Teboho Mohoje, autor de varios placajes altos.

 

Más cuestionables son las jugadas en las que resultaron lesionados Nico Sánchez y Hernández. En la primera, el apertura fue arriba a tratar de bloquear el balón al segunda línea Eben Etzebeth, que se lo quitó de encima sacando el brazo para descargar rápido y mantener la continuidad en un jugada que acabó con ensayo de Habana.

 

Sánchez decidió ir arriba, con lo que eso conlleva, y la maniobra de Etzebeth no fue delicada, pero tampoco antideportiva.

 

En la de Hernández, el centro ofreció una cruz que el mediomelé Cubelli compró en el último momento, por lo que su compañero apenas tuvo tiempo de recoger la pelota y no pudo evitar a un rival con el chocó, resultando conmocionado al golpearse en la cabeza.

 

Fue tan rápida la jugada que es imposible probar la voluntariedad del sudafricano, por más que el choque fuese contundente. Cierto es que Garcés no fue estricto en la aplicación del reglamento, especialmente con los placajes altos recibidos por los argentinos.

 

Sin embargo, esto ha provocado una oleada de descalificaciones, que no críticas, hacia el árbitro por parte de aficionados y periodistas argentinos que le han acusado de 'robo', 'atraco', le han llamado 'impresentable' y han calificado su actuación como 'un arbitraje de juzgado de guardia'.

 

Un lenguaje hasta no hace mucho desconocido en el mundo del rugby, donde se comentan las decisiones arbitrales desde la reflexión y de forma didáctica, pero jamás victimizando al colegido por el resultado final.

 

'El árbitro se equivoca tantas veces como cualquiera de los jugadores', reza la máxima que promulga respeto a la actuación arbitral.

 

Después del partido hemos leído y escuchado cosas como 'la conspiración de la SANZAR contra Argentina es incestionable'. Algo que no tiene ningún sentido después de que la propia SANZAR haya tutelado el ingreso de los Pumas en el Tres Naciones y dado el visto bueno a la participación de la franquicia argentina de los Jaguares en el Súper Rugby. Si hubiese tal conjura no les habrían abierto las puertas.

 

Alguno de esos medios que destapaban esta teoría conspiranoica, que en realidad es la vieja tendencia innata del árbitro en casi todos los deportes a ser más condescendiente con el poderoso, animaban al público 'a pitar las patadas del apertura sudafricano para meter más presión' en nombre de un patriotismo populista.

 

O justificaba el feo gesto de un enorme jugador como Martín Landajo, quien pedía tarjeta para un rival.

 



Los Pumas, tras años cosechando buenos resultados, se han convertido en un reclamo para un país futbolero, en el que el trasvase de periodistas y aficionados está instaurando costumbres repudiadas por el rugby como pitar las patadas o descalificar (no comentar) al árbitro.

 

Justo es señalar que no es un fenómeno exclusivo de Argentina, salpica a muchos otro ámbitos del rugby internacional, español o local. Es parte del alto precio de la profesionalización que invade el rugby desde 1995.

 

En Francia, por ejemplo, se presenta a los equipos con pompones, cheerleaders y carrozas en histriónicos shows alejados de la discreción habitual del rugby. Los jugadores visten camisetas estrambóticas plagadas de publicidad con su nombre en el dorso, un protagonismo repudiado por el tradicionalismo oval.

 

No son hechos puntuales ni siquiera aislados. Son una tendencia que comienza a arraigar en costumbre.

 

El sábado, Daniel Hourcade, seleccionador argentino, salió a rueda de prensa y, como me confesaba un veterano periodista de rugby argentino, 'ante una prensa más propia de la Bombonera', no dedicó ni un segundo a analizar la actuación arbitral.

 

Será la UAR la que realizará un informe, si entiende que debe hacerlo. Ejemplaridad ante el ruido.

 

Fue un buen día para los Pumas, que demostraron que los Jaguares, a los que algunos de esos eufóricos periodistas cuestionaban por sus derrotas en el Súper Rugby, han sido una experiencia muy satisfactorio para el rugby argentino.

 

Pero fue un día triste para el rugby en general, que ve cómo se siguen atravesando las líneas rojas del respeto que siempre han blindado a este deporte. Y lo peor es que las atraviesan quienes deben ser ejemplo, una prensa que tiene la obligación de ser didáctica y una grada repleta de jugadores que deben mostrar la caballerosidad en el campo.

 

Si futbolizamos el rugby, acabaremos visitando Dublín o Nueva Zelanda como si fueran la reserva de un rugby que no existe, ese en el que no se pita a los pateadores en las patadas ni se señala al árbitro como culpable de una derrota. Lo siguiente será el tercer tiempo..."

 






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