06/02/2016

El mundo

“La Iglesia no existe para condenar", destaca el Papa Francisco en su primer libro

El Sumo Pontífice dio un claro mensaje y señaló que "una persona no se define por su tendencia sexual".
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"La misericordia es verdadera, es el primer atributo de Dios".

El Papa Francisco se ha caracterizado siempre por sus palabras revolucionarias para la Iglesia Católica con pensamientos que llaman siempre al diálogo y la aceptación del prójimo.

En un adelanto de su primer libro desde convertirse en Sumo Pontífice, comparte en una serie de diálogos con el vaticanista Andrea Tornielli su visión de numerosos temas clave.

--¿Puedo preguntarle cuál es su experiencia como confesor con las personas homosexuales? Se hizo famosa aquella frase suya pronunciada durante la conferencia de prensa en el vuelo de regreso de Río de Janeiro: "¿Quién soy yo para juzgar?" 

—En esa ocasión, dije: "Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?". Parafraseé de memoria el Catecismo de la Iglesia católica, donde se explica que estas personas deben ser tratadas con delicadeza y no deben ser marginadas. En primer lugar, me gusta que se hable de "personas homosexuales": primero está la persona, con su entereza y dignidad. Y la persona no se define tan solo por su tendencia sexual: no olvidemos que somos todos criaturas amadas por Dios, destinatarias de su infinito amor. Yo prefiero que las personas homosexuales vengan a confesarse, que permanezcan cerca del Señor, que podamos rezar juntos. Puedes aconsejarles la oración, la buena voluntad, señalarles el camino, acompañarlos.

—¿Puede haber oposición entre verdad y misericordia, o entre doctrina y misericordia?

—Respondo así: la misericordia es verdadera, es el primer atributo de Dios. Después podemos hacer reflexiones teológicas sobre doctrina y misericordia, pero sin olvidar que la misericordia es doctrina. Sin embargo, a mí me gusta más decir: la misericordia es verdadera. Cuando Jesús se halla ante una adúltera y la gente que estaba dispuesta a lapidarla aplicando la Ley mosaica, se detiene y escribe en la arena. No sabemos qué escribió, el Evangelio no lo dice, pero todos los que estaban allí, dispuestos a lanzar su piedra, la dejan caer y, uno tras otro, se marchan. Queda solo la mujer, aún asustada tras haber estado a un paso de la muerte. A ella Jesús le dice: "Tampoco yo te condeno, vete y no peques más". No sabemos cómo fue su vida después de aquel encuentro, tras aquella intervención y aquellas palabras de Jesús. Sabemos que fue perdonada. Sabemos que Jesús dice que hay que perdonar setenta veces siete: lo importante es volver a menudo a las fuentes de la misericordia y de la gracia.

—Usted ha citado varias veces ejemplos y actitudes de cerrazón. ¿Qué es lo que aleja a las personas de la Iglesia?

—Precisamente estos días he recibido un correo electrónico de una señora que vive en una ciudad argentina. Me cuenta que hace veinte años se dirigió al tribunal eclesiástico para empezar el proceso de nulidad matrimonial. Las razones eran serias y fundadas. Un sacerdote le había dicho que se podía conseguir sin problema, pues se trataba de un caso muy claro en lo que respecta a la valoración de las causas de nulidad. Pero en primer lugar, al recibirla, le había pedido que pagara cinco mil dólares. Ella se escandalizó y abandonó la iglesia. La llamé por teléfono y hablé con ella. Me contó que tenía dos hijas muy comprometidas con la parroquia. Y me habló de un caso que acababa de suceder en su ciudad: un recién nacido de pocos días murió sin bautizar, en una clínica. El cura no dejó entrar en la iglesia a los padres con el ataúd del pequeño, hizo que se quedaran en la puerta, pues el niño no estaba bautizado y, así pues, no podía ir más allá del umbral. Cuando la gente se encuentra frente a estos feos ejemplos, en los que ve prevalecer el interés o la poca misericordia y la cerrazón, se escandaliza.


—En la exhortación Evangelii gaudium usted escribió: «Un pequeño paso, en medio de los grandes límites humanos, puede ser más apreciado por Dios que la vida exteriormente correcta de quien pasa sus días sin enfrentarse a importantes dificultades». ¿Qué significa?

—Me parece muy claro. Esta es la doctrina católica, forma parte de la gran Ley de la Iglesia, que es aquella del et et, y no la del aut aut. Para algunas personas, por las condiciones en que se encuentran, por el drama humano que están viviendo, un pequeño paso, un pequeño cambio, vale muchísimo a los ojos de Dios. Recuerdo el encuentro con una muchacha en la entrada de un santuario. Era guapa y sonriente. Me dijo: «Estoy contenta, padre, vengo a darle las gracias a la Virgen por una gracia que recibí». Era la mayor de sus hermanos, no tenía padre y para ayudar a mantener a la familia se prostituía: "En mi pueblo no había otro trabajo...". Me contó que un día al prostíbulo llegó un hombre. Estaba allí por trabajo, venía de una gran ciudad. Se gustaron y al final él le propuso que lo acompañara. Durante mucho tiempo ella le pidió a la Virgen que le diera un trabajo que le permitiera cambiar de vida. Estaba muy contenta de poder dejar de hacer lo que hacía. Yo le hice dos preguntas: la primera tenía que ver con la edad del hombre que había conocido. Intentaba asegurarme de que no se tratara de una persona mayor que quisiera aprovecharse de ella. Me dijo que era joven. Y después le pregunté: «¿Y te casarías con él?». Y ella contestó: «Yo quisiera, pero no oso aún pedírselo por miedo a asustarlo...». Estaba muy contenta de poder dejar ese mundo donde había vivido para mantener a su familia. Otro ejemplo de gesto aparentemente pequeño, pero grande a los ojos de Dios, es el que hacen tantas madres y esposas que el sábado o el domingo hacen cola en la entrada de las cárceles para llevar comida y regalos a los hijos o a los maridos presos. Se someten a la humillación de los cacheos. No reniegan de sus hijos o maridos que se han equivocado, van a visitarlos. Ese gesto en apariencia tan pequeño y tan grande a los ojos de Dios es un gesto de misericordia, a pesar de los errores cometidos por sus seres queridos.



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