11/07/2016

Opinión

De Funerales y de Fiestas

Escribe Gabriela Cerruti.

Dicen que Esthercita movió un pañuelo en el aire, como en una zambita, sonrió. Y se murió.

 

Y los dejó a todos allí, perplejos. Sin saber si celebrar que aparecieron los restos de Lucho, o llorar la partida de Esthercita. O viceversa.

 

Afuera las marchas militares sonaban como en la Tucumán de hace cuarenta años, y adentro del patio de la casona de los Falú, los murmullos y las miradas habitaban, también, como hace cuarenta años.

 

Todo lo que pasó podía resumirse así. Los Antropólogos Forenses identificaron los restos de Luis Falú, desaparecido en 1976, entre los miles y miles que están examinando del Pozo de Vargas. Fue el jueves 7 de julio a la nochecita, y los hermanos corrieron a dar la noticia esperada a Esther, ella que lo buscó durante todos estos años. Esther se descompuso, con sus 99 años, pero alcanzó a escuchar (y saludar con la zambita en el aire) y se murió. Se murió mientras llegaba el desfile militar del mismo ejército que había asesinado a su hijo, que llegaban de la mano de los mismos dueños del poder contra quienes Luis había combatido, que llegaban a Tucumán a festejar los doscientos años de la Independencia. El día del cumpleaños de Mercedes Sosa, por otra parte. Porque en Tucumán la Patria y el canto vienen así, entrelazados.

 

Lunita creciente en la constelación de cáncer, la de las madres y los pueblos, lunita tucumana.

 

BAACLINI de FALU, Esther (q.e.p.d.) Tus hijos: Ana María, Juan y Liliana, junto a Biyi, Cristina y Gringa. Se alinearon los astros para juntarte con tu amado Alfredo, y tus hijos Ricardo y Lucho. Hasta siempre Esthercita.

 

Así dice el aviso fúnebre que publicaron en La Gaceta.

 

Los planetas se alinearon igual que el día que nació la Patria y dicen los que saben de esos temas, que la Luna en Capricornio y el Sol en Cáncer la dibujaron desde los cielos peleadora por su destino y su identidad. Dice la historia que patria-antipatria, liberación o dependencia, peronismo-antiperonismo, la grieta. Dos países en pugna, desde siempre.

 

Los dos países caminaron ayer por las callecitas de Tucumán.

 

Uno con forma de cortejo fúnebre, el otro de desfile militar.

 

Uno de viejas con pañuelos blancos, nietos con sonrisas militantes, cantores de pueblo y músicos celestiales. Llevaban un cuerpo de mujer, madre de cantores y guerreros. Y sus memorias, y sus poemas y sus luchas.

 

El otro se paseó por el centro de la ciudad, de traje militar o de traje negro. Lo acompañó un ex Rey de España, que dejó su trono echado por su pueblo, y un presidente que le pidió perdón a ese rey en nombre de los patriotas que allí mismo, en esa Tucumán, hace doscientos años juraron la independencia.

 

“Me imagino la angustia que habrán sentido”, dijo el presidente Mauricio Macri hablando de José de San Martín, de Manuel Belgrano, de los congresales de Tucumán.

 

Angustia.

 

Angustia para nombrar la alquimia de valor, alegría, esperanza y temple de un revolucionario. Los de 1816, o los compañeros de Lucho.

 

“Era universal, constante y decidido el clamor del territorio entero por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España, los representantes sin embargo consagraron a tan arduo asunto toda la profundidad de sus talentos, la rectitud de sus intenciones e interés que demanda la sanción de la suerte suya pueblos representados y posteridad. A su término fueron preguntados ¿Si quieren que las provincias de la Unión fuese una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli? Aclamaron primeramente llenos de santo ardor de la justicia, y uno a uno reiteraron sucesivamente su unánime y espontáneo decidido voto por la independencia del país”. Así lo contaron los de entonces en las actas del Congreso.

 

Pero él eligió Angustia. O será que ella lo eligió a él.

 

Angustia debe haber sentido en algún momento de estos cuarenta años Esthercita, extrañando a Lucho, buscando su cuerpo, imaginando su sonrisa.

 

Angustia, es leer la carta de Juan Falú apenas se conoció la noticia.

 

“No pudo despedirlo nuestro padre. Tampoco nuestro hermano Ricardo que se nos acaba de ir. Tal vez tampoco pueda nuestra madre, en este momento respirando su último aire en una sala de terapia intensiva. La Esthercita tiene 99 años.

 

El dolor la fue llevando hacia el irremediable olvido como forma de mitigar angustias y las desesperantes preguntas sin respuestas. Pero una madre parece saberlo todo. No en vano amaga pañuelos de despedida al día siguiente de la identificación de los restos de su hijo Lucho.

 

Y Lucho nos devuelve toda la vida resumida en la noticia esperada, la vida resumida en unos huesos que marcan presencia. La vida resumida en nuestra memoria. Es el hermano querido de siempre, el orejudo de la infancia, el wing izquierdo de la adolescencia, el juntador de libros del pensamiento nacional en su truncada adultez. El tucumano de un Tucumán que nos dolía con orgullo y llegó a dolernos con vergüenza.

 

Pero ya es desde hace tiempo más que un hermano. Es simplemente Lucho, el nombre del cariño entrañable, el nombre de la guapeza y de los sueños.

 

En estos días en que parece que la patria es homenajeada de una manera extraña por quienes son capaces de venderla, la patria es Lucho. La patria son los compañeros que no están. La patria es la justicia social y la soberanía popular. La patria es la Patria Grande.

 

De eso no nos olvidamos nunca, nunca, querido Lucho.

 

Gracias inmensas al Equipo de Antropología Forense, al CEMIT, los abogados de derechos humanos y los equipos los organismos de derechos humanos de Tucumán.

 

Sigamos siempre colaborando en sus tareas.

 

Gracias a todos los congregados en este gran abrazo.”

 

Angustia es escuchar a Liliana Herrero cantando la “Vida la para Lucho”

 

Lejos la vida en que Lucho

corría sobre mi ayer

cerca su mano en vidala

Cantando en un amanecer

 

Luis tenía 25 años cuando lo secuestraron, el 14 de setiembre de 1976. Era un buen tipo, dicen sus hermanos, era un buen tipo dicen sus compañeros. Lo secuestraron y lo mataron porque se negó a dar nombre de otros compañeros. Lo secuestraron y lo mataron porque era un militante popular que luchaba contra el modelo económico y social que llevarían adelante los militares que lo asesinaron. El mismo modelo económico y social que ayer puso a sus mejores hombres a ocupar palcos y alfombras rojas en el festejo del Bicentenario.

 

Tucumán es esa provincia diminuta donde pasan tantas cosas.

 

La provincia con más densidad de población, nos enseñaban en las clases de geografía del colegio.

 

Los naranjas en flor de Tucumán y el perfume a azahares.

 

El camino de Acheral a los valles del Tafí que parió a Don Ata.

 

La Independencia en la Casa de Tucumán. La guerrilla en el monte tucumano. El operativo independencia y el estreno del genocidio en Tucumán.

 

Si hasta Palito Ortega se fue de Tucumán chango cañero y volvió gobernador.

 

Domingo Bussi jefe de la represión, Domingo Bussi gobernador, Domingo Bussi juzgado y condenado, Domingo Bussi reivindicado. Jefe de los campos de concentración más feroces de Latinoamérica, el torturador y asesino fue electo diputado y gobernador. Nunca titubeó frente a sus víctimas, pero lloró en las cámaras de televisión cuando se supo que tenía una cuenta en Suiza que no había declarado en su declaración jurada.

 

Un poco después, fue electo intendente de Tucumán. Pero los tiempos habían cambiado.

 

Era julio de 2003, y Néstor Kirchner anunció que llegaría a San Miguel de Tucumán para celebrar el aniversario de la independencia. La jefa de Ceremonial del gobierno tucumano era Liliana Falú, hermana de Luis. El 8 de julio, Antonio Domingo Bussi ganó las elecciones a intendente de la ciudad. “Antes que invitarlo al acto, renuncio”, anunció Liliana. No hizo falta. Kichner no invitó a Bussi al acto, y una semana después Bussi no pudo asumir la intendencia porque fue detenido por crímenes de lesa humanidad.

 

Ayer, Liliana marchó en el cortejo que despidió a su madre. En la Casa de Tucumán, los militares amigos de los Bussi participaban de los actos del Bicentenario junto al presidente Macri.

 

El Pozo de Vargas es una herida abierta en el corazón de la provincia, y del país.

 

“Me asomé al Pozo, y miré al fondo, para encontrarme con mi hermano, con esperanza”, relata Juan.

 

Con la esperanza intacta, Regina Esther Baaclini de Falú vio a Bussi morir en prisión y escuchó la sentencia de la megacausa del Cuerpo II que el 13 de diciembre de 2014 condenó a los asesinos de su hijo. Y esperó hasta ayer, para saber que los restos de Lucho tendrán cristiana sepultura. Entonces agitó el pañuelo en el aire, como en una zambita, y se murió.



Publicado originalmente en http://www.nuestrasvoces.com.ar/





Recomienda esta nota: