12/10/2016

Opinión

Antes Bilardo o Menotti, hoy Freud o Lacan

La Selección Argentina sumó otra derrota histórica, esta vez ante Paraguay, y se convirtió en un equipo sin equilibrio, ni futbolístico ni emocional, acosado por los fantasmas del pasado más reciente.
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Argentina 0 - Paraguay 1. Estadio Mario Alberto Kempes, Córdoba.

La Selección Argentina de fútbol perdió ante Paraguay de local en la ciudad de Córdoba, sin Lionel Messi, con un Edgardo Bauza con muchos más cuestionamientos que días frente al cargo de entrenador, y un futuro complicado para acceder al Mundial de Rusia 2018.


La Argentina llegaba al choque en el estadio Mario Alberto Kempes, una vez más con la “obligación de ganar”, también la de mejorar la imagen mostrada en el empate ante Perú de unos días atrás y mejorar su ubicación en la tabla de posiciones de las Eliminatorias, para pasar de la zona de repechaje a la de clasificación directa. Todo esto sin contar con la presencia de Lionel Messi, lesionado. Desafíos que engrosaban la pesada mochila que carga la Selección en la que ya lleva las finales perdidas de Brasil 2014, Chile 2015, Estados Unidos 2016, dos décadas sin títulos con la Mayor y etcétera.


Dividiendo en dos el partido para su análisis, podría decirse que el primer tiempo lo gana Paraguay desde lo táctico mientras que el segundo lo pierde Argentina desde lo anímico, aunque ambos factores jugaron durante los noventa minutos.


La Selección de Bauza arrancó teniendo el control y el dominio de la pelota, pero sin encontrar la forma de hacérsela llegar a Sergio Agüero, Gonzalo Higuaín, Ángel Di María o Nicolás Gaitán, los desequilibrantes del equipo. De este modo el juego pasaba principalmente por la circulación entre los centrales (en el primer tiempo, Martín Demichelis fue el jugador argentino que más tuvo la pelota en sus pies) y los mediocampistas (que en la práctica fueron dos: Javier Mascherano y Ever Banega, ya que Gaitán y Di María estaban en el rol de wines). Paraguay se limitó a aguantar, aislar a los delanteros argentinos, y esperar el error, que finalmente llegó, para marcar la diferencia que a fin de cuentas les significó un triunfo histórico.


En el segundo tiempo, con el resultado adverso y el descontento del público en franco crecimiento, la Argentina fue víctima de las emociones. Un ímpetu impulsado por el amor propio y la vergüenza los empujó contra el arco de Justo Villar obteniendo un penal antes del minuto de juego, el cual fue dilapidado por Agüero, sin dudas el jugador más cuestionado de la noche desde el minuto cero. Así las cosas, la historia fue parecida a la de las finales con Chile, en las que los reveses desmoralizaron al equipo hasta perder el rumbo del juego. Argentina dejó de ser un equipo para transformarse en un desfile de cabezas bajas, reproches e imprecisiones, donde solamente Mascherano y Sergio Romero eran capaces de pegar un grito para tratar de revertir una situación, arraigada mucho más profundamente y atrás en el tiempo.


Argentina fue siempre superior a Paraguay, incluso en su peor momento pudo generar situaciones de peligro que no supo terminar de la mejor manera (con el gol) o que fueron desactivadas por un Justo Villar en la más gloriosa de sus noches. Tal como sucedió con Venezuela, Bauza decidió “romper” el partido y el equipo para buscar desesperadamente un resultado, poniendo todos los delanteros que pudo en el campo y dejando apenas a Mascherano a cuidar el medio (verdadera zona de conflicto en las últimas fechas).


El público que llenó el estadio Kempes, después de corear el Himno y pedir por Paulo Dybala por más de una hora, quedó en silencio al ver que con el ingreso del cordobés la situación no cambiaba, y tendrán que hacerse a la idea, en Córdoba y el resto de la Argentina, que con Lionel Messi tampoco mejorará sustancialmente. Y es que el problema de la Selección no es la falta de uno u otro nombre, referentes, figuras, cracks sobran, los errores tácticos son fácilmente detectables y corregibles por parte del cuerpo técnico, el verdadero fantasma que acosa a la Argentina es su “pesada herencia” de derrotas importantes y la “obligación de ganar”, que salta en la cara ante la primera situación desfavorable de partido.


Los jugadores argentinos siguen cargando con la mochila más pesada de los años sin logros, y ese peso lo sienten también los jugadores nuevos que no participaron de aquellas gestas, que bien podrían considerarse heróicas (llegar a la final de todos los torneos en los que participó “no es sopa” como dice el Indio) pero que huelen a fracaso. Argentina se hizo cargo de una deuda que no tenía y hoy eclipsa todo su potencial. Es cierto que muchos de los problemas de este equipo se solucionan en el pizarrón y en el vestuario, pero a este grupo le hace falta también diván.





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