La minería es una actividad que no deja de resultar polémica. Tanto a cielo abierto como en forma subterránea su impacto a nivel ambiental y social despierta muchas dudas. Sin embargo, también representa un impulso económico y una buena oportunidad para activar el desarrollo local a través de empleo y el cobro de tasas impositivas. Pero nadie quería esto. Se trata de la mayor tragedia minera de la región. Ocurrió muy cerca de Argentina.
Inseguridad minera a las puertas de Argentina
Adentrarse en las entrañas de la tierra para extraer valiosos minerales nunca fue una tarea sencilla. Mucho menos segura. Los trabajadores de las minas subterráneas cada vez que entraban se exponían a la posibilidad de derrumbes, desprendimientos de rocas, explosiones o intoxicación. De hecho, especialistas señalan que quienes pasan por la mina reducen su esperanza de vida de manera notable ya que se exponen a diversas sustancias tóxicas.
Afortunadamente, debido al gran desarrollo actual, hoy es posible llevar adelante esta actividad de manera más segura para sus trabajadores. Con procedimientos rigurosos sumado a un sistema de monitoreo constante, y capacitación de conocimiento específico sobre cómo proceder ante un imprevisto. Pero sabemos que no siempre fue así. Una catástrofe minera sacudió el continente en las puertas de Argentina.
Un pequeño infierno gris se desató en aquel entonces gracias a la falta de seguridad minera. Fue en el yacimiento El Teniente, ubicado en el país chileno. Esta mina subterránea que al día de hoy se encuentra en funcionamiento es considerada una de las más importantes. Pero guarda en su historia uno de los capítulos más oscuros con más de 300 muertes de trabajadores mineros.
Un infierno gris en el país hermano
“No es el gas: es la codicia la que mata en Sewell” dice un verso de Pablo Neruda que retrata el trágico evento en su poema Catástrofe en Sewell. Con esto el poeta denuncia las precarias condiciones laborales que atravesaban los trabajadores la mina de cobre más grande del mundo. Un insumo clave para producir energía con demanda a nivel mundial. Se trató prácticamente de una tragedia anunciada ya que casi no contaban con medidas de seguridad.
Era una mañana fría de junio de 1945 y la actividad en la mina arrancó como siempre, pero un chispazo lo cambió todo. Con esto, el foco de incendio comenzó en la fragua del taller mecánico, ubicado cerca de la entrada de la mina. Unos tambores de petróleo se encendieron pronto y luego saltaron a otros. Sin embargo, no fue eso lo peor.
Pero el fuego no se expandió. Tampoco se produjeron derrumbes de ningún tipo. Fue el humo tóxico que se desparramó por las profundidades de las galerías subterráneas lo que produjo que las personas se quedaran sin el oxígeno suficiente. De manera que fallecieron al menos 365 trabajadores por asfixia. Un pequeño infierno gris, también conocido como “la tragedia del humo”.
Un catástrofe evitable
Lo que hubiera sido solo un pequeño accidente, con medidas de seguridad mínimas, se convirtió en una catástrofe. En principio, frente al foco de fuego, no se pudo apagar debido a que los trabajadores no tenían con qué, no había canillas de agua cercanas por ejemplo. A esto se sumó el desconocimiento total de las correctas vías de evacuación antes esta situación. Por lo que los trabajadores quedaron atrapados dentro de la mina sin saber cómo salir.
Además, desde la compañía Braden Cooper la orden de evacuar y apagar el sistema de ventilación (que estaba propagando el humo) llegó con una increíble demora de 45 minutos. Sin dudas, se trató de un desastre que pudo evitarse. Hoy la clave de lectura de la mayor tragedia minera del continente está en no volver a cometer los mismos errores. Esta actividad que promete enormes riquezas puede llevarse adelante pero se deben tomar medidas necesarias para garantizar la seguridad tanto para las personas como para el medioambiente.