12/08/2011

Argentina

“El Eternauta es un intérprete metafórico de la trayectoria del país”

En lo que fue una de sus últimas entrevistas en vida, Francisco Solano López habla de su intensa vida, su oficio y de la dupla creativa que integró con Oesterheld.

Yo me fijo mucho en la mirada de los personajes. Siempre me interesó transmitir la curiosidad, la sorpresa, la apatía, el sentirse vencido, según las necesidades de la narración que voy dibujando”, dice Francisco Solano López mientras recorre algunos originales suyos, apilados en la mesa ratona de su living. Su modo de hablar es moroso, elegante, preciso. Como si en el aire quedase la marca de una línea de tinta perfeccionada por décadas. A sus 82 años evoca nombres, fechas exactas y detalles que la historia de la historieta argentina (ese arte considerado “menor”) aún recupera en volúmenes dispersos. Por ejemplo, los inicios auspiciosos de la editorial Frontera, que el guionista Héctor Oesterheld fundó con su hermano Jorge en 1955, cuando el mundo todavía era contado en cuadritos; y su estrepitoso cierre por problemas económicos a comienzos de los ’60. O las seis páginas que él, Solano, dibujaba cada semana para distintas historietas de Frontera, entre ellas, El Eternauta. O el exilio forzado luego de rescatar a su hijo Gabriel de la cárcel durante la dictadura y el libro Historias tristes que hicieron juntos. O los días que pasó por esa misma época en un pueblo llamado Rye, cerca de la costa inglesa, mientras veía a otro lugareño, Paul McCartney, hacer compras por la zona. 
 
La de Solano es una vida intensa que tiene su correlato en una obra gigante, tanto por su volumen como por su calidad. Parte de ese material se exhibe desde el jueves pasado en la muestra Homenaje a Franciso Solano López en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543). La exposición reúne materiales poco conocidos o inéditos que dibujó junto a guionistas como Pablo Maiztegui, Carlos Sampayo o el brasileño Jaf, entre otros. Además, tiene una característica singular: se muestran historietas breves completas que se renuevan cada 15 días, para trazar un panorama completo de la obra de Solano, desde las dos sagas de El Eternauta hasta Evaristo, además de Ana, o las singulares Mi tío JC, Lunáticos o Danger; muchas de ellas, nunca publicadas en el país. 
 
–¿Cómo se siente cada vez que recibe un homenaje?
 
–Me hace gracia, es una satisfacción. Me llaman de distintas provincias y piden que vaya para recibir premios. Elegí el oficio de dibujante para estar solo y tranquilo. Y resulta que me suben a tarimas con un micrófono para que hable en vez de dejarme dormir la siesta en casa (risas).
 
–¿Vio que la imagen del Eternauta ahora tiene los ojos de Néstor Kirchner?
 
–Ah, sí. La carita de Néstor. Estoy de acuerdo. No llamé para preguntar “cuánto hay” por el uso de esa imagen. Cuando la presidenta firmó el año pasado el decreto para la sanción de la Ley de Medios en La Plata, yo quise ir a saludarla. Pero no iba a ir con las manos vacías. Así que le llevé un muñequito del Eternauta. Después le tuve que pedir otro al chico que los hace. “Mirá que este es el último que hay”, me dijo. 
 
Cuando era niño, Solano se la pasaba dibujando los personajes de Tarzán y de películas de guerra. Atesoraba todos esos dibujos en una carpeta. A los ocho años murió su padre y su madre tiró los dibujos a la basura. “Fue una manera bastante contundente de disuadirme de que el dibujo no era lo mío. Recién a los 14 o 15 volví a dibujar, estando pupilo en el Liceo Militar. Los días de visita de familiares aparecían chicas. Eran hermanas, primas, amigas de mis compañeros y yo las dibujaba. A partir de ahí no paré más”, cuenta. Luego estudió Abogacía y fue empleado en el Banco Nación. Mientras tanto, seguía su formación autodidacta y, por las tardes, cuando salía del trabajo, se iba a la Sociedad Estímulo de Bellas Artes a dibujar con modelo vivo. “A los 21 me parecía que ya no podía empezar en academias de arte como la Manuel Belgrano o la Prilidiano Pueyrredón. Me anoté en la Ernesto de la Cárcova, pero me bocharon”, continúa. De todos modos, Solano no se sentía cómodo entre naturalezas muertas. Y en los ’50 comenzó a publicar en la editorial Columba y luego en Abril sus dibujos. Sin embargo, fue en Frontera, con su amigo Oesterheld, donde encontró un estilo propio. En los ’70, casi en simultáneo con la desaparición del guionista de El Eternauta, también Solano dejó el país junto a su hijo Gabriel. “En esa época, Héctor estaba escondido en las islas de Tigre, supongo. Yo terminé de dibujar la segunda etapa de El Eternauta en Madrid. Y mi hijo también tenía unos guiones propios. Con él hicimos unas historias realmente tristes que se publicaron con ese nombre, Historias tristes”, recuerda. 
 
Por entonces fue a ver a un amigo suyo en Inglaterra, el que vivía cerca de McCartney. En Londres, además, visitó la fábrica de los pinceles de pelo de marta que usa desde siempre, los Winsor & Newton. “Ese lugar es como una iglesia de los pinceles. Cuando fui a comprar, se dieron cuenta de que era un profesional. Entonces hicieron una especie de ceremonia, me ofrecieron los pinceles en una bandeja, con un tintero y agua destilada. No cualquiera puede mezclar agua con tinta, hay que saber dosificarlas y si el agua es destilada, mejor, para preservar la flexibilidad y duración de los pinceles”, explica. 
 
–A lo largo de su trabajo se advierten diferencias de estilo, a veces sutiles y a veces muy marcadas.
 
–Siempre trabajé con pinceles, con plumas Guillot, con tinta. Y en ocasiones, el trabajo de darles ritmo y frescura a los personajes terminó saturándome. Llegó un punto en que no podía soportarlo, porque el trazo dejaba de ser fluido para convertirse en amanerado. En ese momento me ponía a buscar por otro lado. Hay muchos dibujantes, en especial los estadounidenses, que convierten los recursos gráficos en estereotipos y los personajes, en muñecos. Esa es una de las cosas que siempre he tratado de evitar. 
 
–También son novedosos los enfoques cinematográficos de sus viñetas. 
 
–Mi idea es meterme en el mundo imaginario del lector e irme ubicando, utilizando mi vista como cámara y haciéndome las siguientes preguntas: ¿Dónde le gustaría estar al muchacho que lee? ¿Cuál sería el mejor punto de vista para enterarse bien de lo que está pasando? En eso he puesto el foco de mi interés. Las diversas épocas de El Eternauta son una muestra de esto que te digo sobre enfoques y técnicas. 
 
–¿Le molesta que El Eternauta sea su obra más conocida?
 
–Para nada. El Eternauta se ha convertido en un intérprete metafórico de la trayectoria política, económica y social del país. No sé por qué se ha transformado, además, en un ídolo emblemático que les gusta a los muchachos, pero es así. En las ferias de libros o de historietas, viene un adolescente y me pide que le firme un ejemplar de El Eternauta. Se lo firmo y entonces saca un ejemplar más gastado  y dice: “Este es para mi papá.” Y ahora están apareciendo nietos que me piden que les firme el ejemplar más gastado aun, del abuelo. Soy el más viejo de los viejos. Soy el que le hacía dibujos a los que entonces eran chicos. No está mal. 
 
Solano ríe de nuevo. Dice que se quedó pensando en lo que dijo antes, al comienzo de la conversación. “¿Viste cuándo te hablé del asunto de la mirada? Me gustaría decir algo más sobre eso. Y es que entre la idea de narración que el guionista propone y el dibujo final que uno hace, hay un espacio. Ese espacio vacío es común en la poesía, como un sentido posible nuevo, que nunca se dice del todo. Pero falta en la historieta. Es lo que me interesa. Me parece que es ahí donde uno puede aportar lo suyo. Y creo que los ojos son importantes, porque resumen todo lo que un personaje puede decir y que no se puede transmitir de otra manera.” Se queda en silencio. Mira como preguntando si esto es todo, si la entrevista terminó. No hay impaciencia sino apenas un poco de cansancio. Sostiene la estatuilla del Eternauta, a la que sigue llamando “muñequito”, mientras posa para las fotos. Los ojos le brillan, oscuros, escrutadores. A esta altura, todavía parecen los de un niño curioso. Eso los convierte, por lejos, en su mejor obra. <



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