06/04/2020

Opinión

La primera víctima de la pandemia había sido la libertad

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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La primera víctima de la pandemia había sido la libertad

La lección más cruda que deja la pandemia es que así como en una guerra la primera víctima es la verdad, descubrimos que en las epidemias es la libertad. Si, como dicen, el mundo sufrirá varias pandemias en los próximos años, sería cuestión de irse preparando. Ya debe haber por ahí, gente inventando aparatos que lo hallen a usted y a sus vecinos, estén donde estén, hagan lo que hagan, se escondan como se escondan. Y otros, más avanzados, que quizás sepan qué está pensando durante las 24 horas del día. Para frenar las pandemias apenas comienzan.

En España se alegran cuando disminuyen los muertos del covid-19. En Italia también. Como si en esta guerra hubiera la misma cantidad de disparos de armas de fuego, pero menos puntería. La epidemia se está llevando principalmente a los viejos, en los que la mortalidad es más grave, aunque el momento de hacer la cuenta quedó para luego.

En la Argentina vamos viendo. Seguimos poniendo barricadas en las esquinas, sabemos que el enemigo avanza y puede llegar por cualquier parte, pero como no lo vemos, por ahí los controles, como que se están aflojando un poco.

Pero va a llegar. No por nada el gobierno aumenta los respiradores, aparato fundamental para que los pacientes más graves pasen la enfermedad. Se instalan camas por todas partes. Se entrenan médicos y enfermeros. Y nos dicen qué hacer a cada instante y por todos los medios posibles, como para que no queden dudas de que la cosa viene en serio.

Es posible que de todos los enfermos, se muera una cantidad apreciable. De cada cien enfermos, dos o tres, quizás menos si hallan una cura eficaz. El asunto es que ni el gobierno ni nosotros queremos jugar a la lotería con el covid-19. (Hablando de todo un poco, ¿es “la” covid, “el” covid o mejor sin artículo para no errarle?, averiguarlo será tarea para cuando pase todo esto).

Mientras tanto, en un sucucho de los Estados Unidos, Japón, la Conchinchina, un tipo trata de idear una máquina que sepa qué hacemos todos a toda hora. De cómo salgamos de esta, dependerá que sea nuestro próximo Dios o un demonio. Recemos para odiarlo con toda nuestra alma y el corazón cuando al fin dé en el clavo de la persecución eterna.

Lo peor que podría pasarnos es enamorarnos del encierro.

©Juan Manuel Aragón                   

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