Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
Si sale una noticia es casualidad, si son dos, pura coincidencia. Ahora, cuando son tres o más, es una tendencia. En estos días en las redes de internet salieron los biempensantes de siempre a opinar que no fue el rugby el que mató a Fernando Báez en Villa Gesell. La pregunta que cabe es por qué los futbolistas, los panaderos o los arquitectos no protagonizan enfrentamientos callejeros. Por qué los carniceros no salen, cuchillo en mano a descuartizar gente, eso que en las carnicerías no se enseñan valores ni se dan clases de cómo ser un caballero manejando la chaira. Por qué no hay grupos de boxeadores peleando en las calles contra quien se les ponga adelante. El que va a un gimnasio a practicar box no pretende que le inculquen enseñanzas sobre la vida, el amor ni acerca de la esencia de un juego con altas reglas, y sin embargo, mire usted, las noticias de sus peleas en las calles son escasas.
Algo tiene el deporte del rugby, en sí mismo, para que sus jugadores, con unos tragos de más, si son más de cinco, se le animen a cualquiera. No se agarran a pelear mano a mano, como se vé a la salida de los boliches en los vídeos que circulan por internet. Si no son cinco o más, no matan una mosca. Entonces es el deporte, ¿qué otra conclusión cabe?
Por lo que se sabe, los rugbistas de otros países no son tan violentos en las calles, lo que permite extraer otra conclusión, que los violentos son los rugbistas argentinos, no los brasileños ni los sudafricanos ni los de Australia o Nueva Zelandia. Eso que los de allá son profesionales, juegan por plata y no provienen de familias acomodadas. Hay que imaginar la frustración de perder un partido, de quince moles de más de 80 quilos de peso cada una, saliendo a la calle a matar lo que se ponga al frente. Y sin embargo los de allá son tranquilitos. Se bancan callados el privilegio de saberse los más físicamente fuertes de la sociedad y el hecho de estar entrenados para responder a una sola voz y entrar en el cuerpo a cuerpo.
La calle se ha vuelto un lugar peligroso, si uno pisa a otro sin querer, en un cine, es posible que reciba una amonestación desproporcionada. De ahí a matarlo a la salida hay un paso muy grande. Pero es lo que pasó en Villa Gesell. Ni siquiera hubo alguien mirando la novia de otro o provocándolo con risas o lo que fuera. Los rugbistas no aguantaron un pisotón. Oiga bien, no se bancaron un pisotón.
Si el deporte no tiene la culpa, entonces algo están haciendo mal los entrenadores y los clubes de rugby. Habrá que revisar la manera de prepararse o volverlo un deporte profesional para que también lo practiquen los muchachos de los barrios pobres y enseñen algo de valores, familia, bondad y humanidad a quienes se sienten superiores sólo porque tomaron unos tragos de más y están en patota, porque mano a mano siempre arrugan.
©Juan Manuel Aragón