04/08/2021

Argentina

Se perdió el auto, objeto a disposición de los vecinos

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Se perdió el auto, objeto a disposición de los vecinos

No se concibe que los autos no tengan guardabarros para empujar a quien quedó en el camino. Antes hasta un Fitito, un Citroën, tenían un guardabarros fuerte y se pechaba hasta que arrancaba, un colectivo de la empresa San Martín, si cuadraba. Ahora son de un plastiquito debilucho: da pena acercarles una carretilla para que la arreen.

El auto era un objeto a disposición de los vecinos. Cuando había uno por cada quichicientos mil habitantes, su dueño sabía que a cualquier hora de la noche lo despertarían porque se había adelantado el parto de la chica de los cosos de al lado, doña Artemia tenía un patatús o debía buscar al hijo del almacenero porque, mire la hora que es, y el mocoso no vuelve.

Su dueño se detenía en la parada del colectivo y convidaba llevar a los que esperaban para acercarlos adonde fuera. Nadie se extrañaba, qué más quería uno, ahorrarse el boleto, conversar con otra gente y llegar antes.

De otra forma no valía la pena tenerlo. Si era un último modelo, un buen día le pedían que se pusiera traje e hiciera de chofer para llevar a la novia a la iglesia a matrimoniarse y luego salir a dar vueltas a la plaza, tocando la bocina. Y usted, como un duque, cumplía su cometido sin cobrar un peso, obviamente.

En las mocedades del mundo, los fabricantes acompañaron el clima de euforia universal: se venían tiempos mejores y decidieron pintarlos de colores psicodélicos, amarillo patito, verde cata, colorado manzana, gris perla, blanco tiza, anaranjado zapallo. Después todo volvió a su eterno estar estando y los autos son grises, cremitas, blancos o azules ma non troppo.

Ahora el auto es de uno y de nadie más. Objeto sagrado, cáliz y copón de una vida dedicada a juntar cosas sobre cosas, a crédito o al contado.

¿Los vecinos, dice? No los ubico.

Juan Manuel Aragón

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