13/07/2020

Opinión

Carlos Gardel es un panadero de París que canta óperas

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Carlos Gardel es un panadero de París que canta óperas

Si imaginariamente se sacara una sola piedra del camino que recorrieron los abuelos, se cambiaría toda la historia posterior, poniendo en riesgo quizás la propia existencia. Es imposible contar una historia contrafáctica, porque implica hacer contrafácticas también las historias derivadas de ella.

O no. Berta Gardés podría haberse quedado en Francia y su hijo Charles hubiera sido igualmente un gran cantante lírico, admirado y querido por el mundo entero. Sin su presencia, en la Argentina el tango habría seguido su camino triunfal, con otras voces y sin su estrella fulgurante en el Olimpo grato de sus seguidores. O la que llamamos música ciudadana quizás, se convertía en un género menor que luego evoluciona hacia otras formas, ni mejores ni peores, sino distintas.

Es más, alguien podría imaginar una historia en que el músico lírico Charles Gardés, entona un tango en París, y a la salida del teatro, ante unos admiradores, expresa: “Si hubiera sido argentino, me habría encantado ser tanguero”. Dicho en francés, por supuesto. Unos cuantos años después, un investigador rescata estas palabras como muestra de que el olvidado tango no había sido un género menor, como muchos creían, sino que estaba destinado a convertirse en la música más autóctona de Buenos Aires, pero sin referentes de jerarquía, quedó estancado y murió precozmente.

Otros han llamado “ucronía” a los ejercicios de historia contrafáctica. Es el “ningún tiempo” de todos los “hubiera” que dan vueltas en el mundo comenzando con el condicional “si”. Algunos son todavía repetidos por muchos, a viva voz o en murmullos de café. “Otro habría sido nuestro destino si los ingleses triunfaban en Buenos Aires en 1806 o en 1807”, dicen en voz baja, quizás agitando los hielos de un vaso de whisky frente a los cuadros del tatarabuelo ilustre o en una conversación después del asado. Imaginan un destino como el de Canadá, olvidándose de que los gringos sólo llevaban el desprecio más profundo y la expoliación más brutal a aquellas naciones que no tenían su sangre, como la India, sin ir más lejos.

Porque también es dable imaginar que ese Charles Gardés francés, podría haber sido un buen empleado contable de alguna gran tienda de París o un panadero que en sus ratos libres, entre chacota y alcohol entonara óperas chuscas para sus compañeros de trabajo. Una tarde, hablando en serio, el maestro pastelero quizás le preguntara por qué nunca se había dedicado a la música, pues tenía buena voz y entonación perfecta. “Me fui a probar, pero querían una voz como la de Enrico Caruso, dijeron que yo era barítono y abandoné mis esperanzas con el canto”.

Como todos saben, Berta Gardés vino a la Argentina y Carlos Gardel cada día canta mejor. Pero quién podría estar seguro de que no existen historias de talentos escondidos en las ciudades y arrabales alejados de la Argentina y del mundo, que nunca hallaron —ni hallarán— el camino para su realización. Albañiles que podrían haber sido grandes bailarines clásicos y quedaron en zapateadores de la academia de danzas del barrio, abogados que se conformaron con su oficio en vez de seguir su vocación, quizás el piano, con el que podrían haber cambiado el rumbo del rock, el jazz o el mismísimo tango. En fin.

Lo único cierto es que el mundo viene siendo un objeto bastante complicado para descifrar así como está, como para que agregarle las ucronías con que nos conformamos, mirando lo que hubiéramos sido o lo que habría pasado. Si esta fuera una página de consejos de vida, le diría sacudatodos los “hubiera” de su vida, haga frente a lo que viene con las herramientas que tiene y deje de pensar en macanas. Pero no lo es, así que haga lo que se le cante. Ya es grande y uno no es quién para andar dándole consejos.

Juan Manuel Aragón                   

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