03/01/2022

Opinión

¿Cuándo se les ocurrió cambiar el hermoso nombre a la ciudad de Buenos Aires?

Por: Juan Manuel Aragón
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¿Cuándo se les ocurrió cambiar el hermoso nombre a la ciudad de Buenos Aires?

La primera vez que la fundaron, Pedro de Mendoza llamó a aquel lugar ´Real de Nuestra Señora Santa María del Buen Ayre´ y quizás fuera uno de los más bonitos nombres elegidos por los españoles en este lado del mundo. Podría haberle puesto cualquier otro, como ´Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles de Porciúncula´, también precioso, pero eligieron llamarla así y, a pesar de marcharse, corridos por los belicosos querandíes, el apelativo le quedó.

Después vinieron a fundarla definitivamente. El acta levantada por el escribano dice: “yo Juan García Garay, teniente de Governador y Capitán General y Justicia mayor y alguacil mayor en todas estas provincias, por el muy Ilustre el Licenciado Juan de Torres de Vera y Aragón, del Consejo de su magestad, y su oidor en la Real Audiencia de la ciudad de la Plata en los Reynos del Pirú, Adelantado..., y en lugar del dicho señor Adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón... estando en este Puerto de Santa María de los Buenos Ayres, hago y fundo una ciudad... La iglesia de la cual pongo su advocación de la Santísima Trinidad... y la dicha ciudad mando que se intitule Ciudad de la Trinidad.”

El nombre había cambiado, ahora se trataba de la Ciudad de la Trinidad en el puerto de Buenos Aires. La región adyacente era “Nueva Vizcaya”, como la bautizó luego Juan Ortiz de Zárate en honor a su tierra natal.

El uso las costumbres, mutaron el nombre hasta llegar al casi definitivo de Buenos Aires, como se la conoció durante varios siglos. Juan Manuel de Rosas la gobernó en igualdad de condiciones con las demás provincias, reservándose el manejo de las relaciones internacionales y el cobro de los aranceles de la aduana del puerto.

Luego vino el período llamado de la organización nacional y casi sobre el pucho, su federalización. Buenos Aires resignaba su señorío sobre el territorio de la provincia, cuya capital pasaba a ser La Plata, y se erigía como la capital federal de todos los argentinos. El lugar de residencia de sus autoridades. Como se temía que el presidente fuera un rehén de las autoridades, se le otorgaba la facultad de nombrar al intendente. Los concejales los elegían los porteños.

Luego de la reforma Constitucional de 1994 la ciudad de Buenos Aires volvió a tener un régimen de Gobierno autónomo con facultades propias de legislación y jurisdicción, y un jefe de gobierno elegido directamente por el pueblo de la ciudad. Es decir, dejó de ser la capital de todos los argentinos, para ser solamente de los propios porteños. ¿Su nuevo nombre? Ahí está en la ley de leyes, “Ciudad de Buenos Aires”.

Los porteños, ya se sabe, son gente muy piripitifláutica, decidieron hacerle un pequeño agregado y terminó siendo “Ciudad Autónoma de Buenos Aires”. Era explicable, tantos años habían tenido un sentimiento de inferioridad contenido y ahora sacaban pecho; al fin eran “autónomos”, iguales que Santiago del Estero, Santa Cruz, Jujuy o Misiones.

Pero el nombre no les gustaba, al parecer no les cuadraba mucho o tiene reminiscencias religiosas, y ellos están orgullosos de su feroz ateísmo militante. En una última vuelta de tuerca —por ahora— ahora son “La CABA”, pues usan sus siglas. ¡Ah!, pero qué pícaros te lo habían sabido ser, che. ¡Miren, miren!, CABA es justito Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Todo un hallazgo de esa gente tan intelijuda.

Una pena, ¿no?, se perdieron ser la París del Sur, la Reina del Plata o al menos la Cabeza de Goliat, como le dice Ezequiel Martínez Estrada. Ahora son una sigla perdida en un inmenso Sahara cruzado por NYC, ACA, AESYA, UNT, CONINAGRO, CELS,LA, EEAOC,MALBA, EDET, FEDECAMARAS, MUNT, FUFEPO, SRA, FREJUDESO, YPF, SAT, DDHH, NOA, INTA, IPSST, IDET, CAME, y tantas y tantas otras, feísimas, hórridas, haciendo del bello idioma español un árido desierto de arenas malsanas, pervirtiendo los pocos oasis de belleza que iban quedando.

Si les gusta, que les aproveche.

Juan Manuel Aragón                   

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