09/02/2017

Culturas

Inolvidable anécdota en la despedida del Flaco Spinetta

El miércoles se cumplieron cinco años de la partida del artista que supo transmutar la vivencia espiritual urbana y universal en una de las obras más ricas de la música argentina. Aquí, una pequeña y entrañable escena tomada de la TV al emprender su regreso a la luz.

La tarde de febrero en que murió Luis Alberto Spinetta me había dormido más de la cuenta y al despertar dos mensajes de texto me informaban de la inesperada y triste noticia que convirtió el resto del día en un taciturno transcurrir de pensamientos y emociones.


Estaba enfermo, algo de eso sabíamos por la prensa amarilla; él mismo lo había comunicado de un modo sutil, inferimos en ese momento, y había elegido levantar vuelo sin llamar la atención. Podría decir que por esos años había emprendido una indagación más detenida -y para nada concluida aún- de su obra, comenzando por las últimas épocas y comprendiendo las primeras, las más conocidas por decirlo así.


Pude verlo en vivo una sola vez, en octubre de 2009 durante el regreso de Charly García a los escenarios, en esa versión de Rezo por vos que, a mi parecer, coincidió con uno de los puntos álgidos de la lluvia de esa noche, sacudida por el viento y atravesada por las luces de los reflectores.


Meses después fue el encuentro con las Bandas Eternas, al que no pude asistir por cuestiones de presupuesto o porque no había dimensionado el significado de esa ceremonia. Por otros motivos que no alcanzo a recuperar, no había ido a escucharlo la última vez que estuvo en Tucumán, allá por 2006. Tal vez fue el sentimiento de culpa por desaprovechar tales ocasiones uno de los primeros que me invadió al saber que ya no volvería a tocar para nosotros.


Al otro día me levanté y, aunque me disponía a estudiar finalmente opté por ver lo que podían decir o mostrar las noticias sobre la despedida del Flaco. Recuerdo una mañana soleada, árboles, una sala velatoria posiblemente en un barrio porteño con personas que entraban y salían, y seguidores del músico en los alrededores, esperándolo para ofrecerle su cariño. Recuerdo a León Gieco y a Juanse llegar o salir del lugar.


Las cámaras de TV parecían haberse distribuido a lo largo de la cuadra, a la espera del momento en que partiera el acompañamiento. Cuando salió, una grupo de personas lo rodeó y un verdadero jardín de flores se desgranó sobre el vehículo. Muchos se acercaron a tocarlo, abrazarlo, besarlo. Un hombre disfrazado como "el hombre de la tapa" de Almendra destacaba entre la pequeña multitud con sus colores rosados y blancos y su sombrero flechado.


En pocos minutos la caravana partió, dejando un tendal de pétalos en la calle y esa sensación que transmite la TV cuando el evento esperado ya ha terminado y se desmantela el improvisado cuadro al aire libre. Yo había seguido todas las alternativas por el ahora extinto canal CN23, que cubrió la despedida todo lo que pudo con su cronista y su cámara, que finalmente quedó apuntando a la vereda vacía de una casa lindante con la sala.


Evidentemente durante todo ese tiempo canciones del Flaco habían servido de cortina para la conmovedora partida. Sin embargo, por obra de alguna mágica casualidad, quienes nos quedamos mirando un rato más la pantalla pudimos presenciar una escena inolvidable, como preparada especialmente para la ocasión, digna quizá de la pulsión creadora del artista, o al menos no de su total desagrado.


Una chica apareció de pronto sobre esa vereda visiblemente conmocionada, tal vez por no haber podido llegar a despedirse del músico. Era rubia, alta, tal vez cerca de los 30 o pasándolos apenas, con un jean claro, un morral y unas zapatillas de caña alta, parecidas a las que usaba Luis Alberto por ejemplo en el video de "Preso Ventanilla".


Ella lloraba en soledad sobre la vereda mientras la cámara la filmaba sin que se diera cuenta y Maribel se durmió sonaba -no sé si volvió a comenzar varias veces o si fue una sola- sin la intromisión de ningún locutor. El cuadro duró varios minutos que parecieron mucho tiempo o tiempo detenido. En un momento se sentó en el escalón de la entrada de una casa sin encontrar consuelo.


Algunas personas pasaron por delante suyo. En un momento, otra chica que iba en esa dirección se detuvo, se agachó, recogió una flor e intentó contener sus lágrimas regalándosela. Ella la recibió y le agradeció entre suspiros, mientras no dejaba de limpiarse la cara con las manos.


Creo recordar que la visión me hizo llorar a mí también como habría llorado cualquiera que la presenciara, aunque desconociera la vida y obra del que el día anterior había emprendido el retorno. No valieron en ese momento tiempos televisivos ni importunas interrupciones; las cosas se habían conjurado de esa forma para albergar esa pequeña gema en nuestro corazón. En un momento al parecer la muchacha advirtió que estaba siendo enfocada, se reincorporó, trató de mejorar el aspecto de su rostro y se fue.




Recomienda esta nota: