30/05/2020

Culturas

Cascotes de un tiempo que no sucedió

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Cascotes de un tiempo que no sucedió

Dicen que son las primeras en abandonar el barco cuando empieza a hacer agua, pero en este caso llegaron cuando el viejo paquebote en que se había convertido aquella residencia por mor de los agregados de habitaciones tras habitaciones, comenzaban a descascararse y en las paredes aparecían las primeras tímidas grietas avisando que el tiempo no había pasado sin dejar rastros.

Los que entienden, sostienen que nunca se instala una sola, vienen en patota. Son una colonia y los papeles de cada una están definidos. Hay jefe, subjefes, soldados rasos, alfiles, caballos, torres y peones y también arteros espías y amorosas nodrizas encargadas de velar por el futuro de la raza.

La casona había comenzado a navegar al garete un tiempo antes, luego de que los principales tomaran el remís para villa Antarca. Desde entonces empezó a hacer agua, al revés de los transatlánticos, por arriba. Los techos de las últimas habitaciones empezaron a dar signos de agrietamiento, de tal forma que no bastaba con los baldes para que no se mojaran durante la lluvia y fueron clausuradas temporariamente, mientras esperaban que mude la fortuna de los dueños.

Las primeras fueron sombras cruzando a toda velocidad mientras todos miraban para otro lado. La sospecha más atroz se abrió paso en la imaginación del que observó una, pero la desechó por agorera. Después fue otra, luego otra más. Hasta que se declaró la guerra. Las latas de picadillo y las tapas de frascos de mayonesa fueron las bandejas para el fementido veneno con el que se intentó ponerles fin. Por unos días los dueños de casa durmieron tranquilos creyendo que habían ganado. Pero una madrugada, una de las mujeres las halló en plena algarabía, liquidando una torta que había olvidado sobre la mesa del comedor de diario.

Intentaron luchar denodadamente, pero luego de percatarse de que no valía la pena seguir insistiendo en conservar esos despojos de tiempos mejores, decidieron despedirse: la casa se había convertido en un gran chillido de lo que quizás fueran varias colonias juntas tratando de hallar sustento, peleando entre ellas, ignorando de manera descarada , lo que sucedía alrededor.

Quedaron dueñas de todos los cuartos, el comedor, el baño, la cocina y esa habitación que llamaban la despensa, sin otros competidores que el zorro, la comadreja y las sombras oscuras de los fantasmas de quienes habían conocido el lugar.

Años después, cuando terminaran de roer el último tirante, las hijas, de las hijas de las hijas, abandonaron el barco, también tendrían que irse, pero sobre las ruinas de aquella estancia ahora crecía un ominoso yuyal.

A esa altura ya no quedaba ni memoria del viejo navío, sus velas desplegadas en vientos favorables de horas mejores. Hoy ni el viento visita los escombros.

Cascotes de un tiempo que quizás no sucedió nunca.

Juan Manuel Aragón                   

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