01/06/2020

Culturas

De cuando el mundo era de los que no llegarían a viejos jamás

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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De cuando el mundo era de los que no llegarían a viejos jamás

Un viejo de la San Juan se ponía una prenda que ha desaparecido de Santiago, el camisaco, que era una camisa amplia, como un pijama, con bolsillos grandes a los costados, un cuello grande y un bordado en la partecita de abajo. Sabe salir en fotos de cubanos, centroamericanos, venezolanos. Pensaba que era un invento de aquí, pero tal vez fuera universal. Era blanco y tenía detalles coloridos, como si buscara aquí su origen caribeño. Y aunque no lo supiera entonces, quizás era uno de los detalles que nos acercaba sin saberlo, a aquellos remotos confines de Honduras, Panamá, Costa Rica, El Salvador y tal vez Méjico. Anda dando vueltas una foto, de Gabriel García Márquez recibiendo el Nobel, pero no es ese el vestuario del que me acuerdo, sino otro, no tan folklórico. No importa.

La cuestión es que pienso en esa vestimenta y me acuerdo de mis tiempos de niño, cuando suponía que nunca llegaría a tener 50 años, no porque creyera que me iba a morir antes sino porque faltaba una eternidad. No me sentía infatuado de juventud, pero suponía que mis padres eran gente muy vieja y los abuelos eran de una raza que muy pronto se extinguiría. Y el mundo pasaría a ser nuestro, de los que nunca íbamos a crecer.

Teníamos el mandato de ser eternamente jóvenes. Quizás es la razón por la que algunos siguieron todas las modas que vinieron después de que pasaron los 18 años y se convirtieron formalmente en adultos. Algunos amigos bien entrados en la cincuentena y con barrigas prominentes, han vuelto al pantalón corto o siguen usando los largos pero salen de zapatilla un sábado a la noche, a comer con la señora, pongalé. Un horror.

Debe haber sido la nuestra, la primera generación que se creyó inmortal, a pesar de que brillaron al sol o se escondieron en fosas comunes, miles de cadáveres de uno y otro bando que lo desmienten. Va siendo hora de percatarse de que tenemos la edad de nuestros padres cuando creíamos que eran viejos. Sepamos: no es sano que nos tratemos como chicos.

Un buen día de estos voy a poner la reposera en la vereda para tomar fresco junto a la patrona, espiaremos la vida de los vecinos y vestiré un camisaco para estar a tono.

Juan Manuel Aragón                   

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