La historia del desconocido Juan Cruz Matienzo

En ese mundo que pasó y no volverá teníamos las preguntas en la punta de la lengua y ninguna respuesta la dábamos por verídica. Salvo lo que contaban los viejos, por algo habían llegado a tener la inalcanzable edad de 50 o 60 años. Mi abuelo contaba que debía una muerte el cuchillito que escondía en un lugar del ropero y con el que abría las cartas de la abuela que venían de la ciudad. Cuando le averiguábamos la muerte de quién, respondía: “De un maula”. Y se quedaba callado. Cuando se murió, uno de mis primos manoteó su reloj de bolsillo, antes de que el cuerpo se le enfriara para siempre y fue la primera constatación que tuve de la rabia mordiente de quienes esperan esos momentos en que uno está descuidado para birlarle lo que fuera. Lo único que pensé cuando me di cuenta del hurto es que, en una de esas le daban buena plata por el reloj y ojalá hubiera servido para algo útil.
Quizás para consolarme, mi abuela me regaló el cuchillito aquel, al que le hice una vaina de cuero de carpincho con la que aún hoy lo conservo. Si lo quisiera vender no me darían a cambio ni un Tramontina desdentado, pero tiene un valor sentimental igual o mayor que el reloj aquel. A veces cuando me acuerdo, lo miro un largo rato y pienso en las historias que es capaz de guardar un pedazo de fierro. Ahora, revisando diarios viejos para una columna de efemérides que hago para un periódico de nombre olvidable, me topo con una noticia fechada en el pago. En la década del 40, un hombre entró a robar a una casa, el dueño se despertó, lo encaró a la luz de la luna, se trabaron en lucha y finalmente uno de los dos quedó con las tripas asomándole por el frente de la camisa. La noticia era confusa, el matador era un desconocido Juan Cruz Matienzo, pero el muerto llevaba el mismo nombre de mi abuelo.
Entonces entendí las vueltas de la vida, los rasgos indios de la mitad de mis primos y esa inquina que desde niños habían sentido por la mitad que heredó los rasgos del viejo. Supe entonces que los misterios de muchas familias se han sepultado para siempre en la memoria de quienes cometieron el error de vivir en un tiempo equivocado. Y se cambiaron el nombre solamente para que el pasado dejara de ser un eterno perseguidor de la memoria. Pero, quien sabe, che.