19/04/2022

Culturas

El patio de Froilán entrega sabor local, pero prefiero el pago

Por: Juan Manuel Aragón
Por Juan Manuel Aragón (Especial para El Diario 24)

Pocas veces he ido al patio de Froilán González. Entiendo el sentido que tiene bailar descalzo o ver cómo los otros bailan sin los zapatos puestos, algo que debe ser emocionante para un turista. Casi como ver a un indio preparando su arco y su flecha para cazar una corzuela o, mejor todavía, saliendo con él a ver cómo la mata.

Me imagino lo que debe ser para un hijo o nieto de santiagueños, que aprendió a bailar criollas en Berazategui, Caballito, Bernal, La Matanza, venir a Santiago, sentarse en un asiento de troncos y que un conjunto se largue cantando las mismas chacareras que viene sintiendo desde hace tiempo en su academia. Pero en el pago, en un patio sombreado por algarrobos, un canal pasando al costado, la tonada de sus hermanos resonando por todos lados.

Y de yapa, como el suelo está bien regado, que las chicas se larguen a bailar descalzas y los changos las imiten. Oh, toda una emoción para el alma de los santiagueños de la diáspora, están pisando tierra santiagueña, pero no en sentido figurado, sino literalmente.

Y las chacareras son las mismas que evocan el pago perdido de antaño, las cabras corriendo al corral por las tardes, el sol escondiéndose en el bosque vecino, el olor a poleo, el puente Carretero, tan cercano en ese momento y las empanadas del pago, las verdaderas, las que se cortaron con un cuchillo y se hicieron en un horno de barro calentado con brasas de árboles del pago.

La gente toma mate alrededor, en un rincón el Indio Froilán explica a un grupo de turistas cómo se hace un bombo y cómo fue que, un día, cuando vio bajar un tronco de ceibo por el río Dulce, decidió llevarlo a su casa para fabricar el primero de todos, el que comenzó la leyenda que lo hizo conocer parte del mundo y que muchos viajaran especialmente a Santiago para saber si era de verdad o una simple leyenda.

Pero, como le dije, no es para mí. El folklore me aburre profundamente, desde hace cuarenta años espero una vuelta de tuerca definitiva, algo que lo aleje de la nostalgia del pago, de las chinitas y los changos y lo haga más santiagueño. Los que saben, dicen que está hecho para los que se fueron, y el mercado es el que manda. Porque si hablara del técnico en ascensores no lo consumirían los santiagueños aporteñados, menos los porteños.

Mientras tanto la cumbia local viró hacia la guaracha, un ritmo distinto, el rock santiagueño tiene muy buenos exponentes y hay distribuidos por toda la provincia, cultores del jazz, el blues. Y la música clásica, por supuesto.

Para consumir folklore, de vez en cuando voy al pago y, si los parientes me prestan un sulky, una zorra, salgo a visitar a los parientes. Tranquilo, sin saber que estoy haciendo algo ancestral ni todo ese macaneo para el turistaje ávido de color local. Porque nunca me fui de allá, siempre estoy volviendo.





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