El alcohol, la borrachera todo parece que lo justificaran

Un peligroso pensamiento domina el horizonte cultural de la Argentina: una mala acción del hombre se explica si el individuo está borracho. Todo cede a su influjo. Quien llega tarde a una cita o no acude a ella, si luego dice: “La noche anterior tomé mucho”, cree que estará justificado y no necesita ni siquiera pedir disculpas.

Algo similar ocurre con los crímenes graves. ¿Alguien golpea a su consorte, trompea a la madre, no tiene piedad con el vecino y le pega cuatro balazos? No se haga problema. Luego vendrá un abogado a decir que estaba borracho, para exculpar, aunque sea parte del delito.

Salir un sábado y no tomar alcohol, para muchos, equivale a no salir. Es como si la borrachera dominara el panorama de la civilización actual. Quien dice: “No me gustan las bebidas con alcohol”, es visto como si fuera un pobre tipo. “Vos te lo pierdes”, le responderán.

Publicidad mediante, para el imaginario colectivo, algunas bebidas son glamurosas: con ellas se consiguen las mejores mujeres, se asegura una buena diversión, son el pasaporte a la ilusión de una vida distinta o, al menos, superior a la pobre existencia actual. O patrañas similares.

Hacer campaña para proteger a las mujeres de la violencia, sin insistir en que tampoco el alcohol justifica los golpes, el maltrato, la muerte, es quedar rengos en la prédica, volverla inútil. Si se empieza justificando cualquier pequeña falta con el alcohol, al final del camino habrá un reguero de sangre. (Pucha, no quería hacer de esta nota una editorial, pero así salió y no tengo tiempo de cambiarla. La envío, si pasa, pasa).

Juan Manuel Aragón                   

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