29/10/2020

Opinión

La militancia del sentimentalismo envuelve a los analfabetos

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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La militancia del sentimentalismo envuelve a los analfabetos

Con el advenimiento del sentimiento —y su hijo, el sentimentalismo— el idioma se convirtió en un asunto vidrioso y, como todo vidrio, peligroso para agarrar con la mano: todos los días alguien sale lastimado. Antes de una elección de autoridades nacionales o provinciales, algún amigo sensible siempre se acerca a preguntar “a quién ´sientes´ que vas a votar” o “cuál de todos te dice el corazón que ganará”. Oiga, es una de las decisiones más trascendentales de la vida como ciudadanos de la polis, no deberíamos entregarla a las emociones sino a la pura razón. Pero los amantes de las novelas baratas le preguntan al corazón, ¡ay, chuchis!, cuando la respuesta está en el cerebro.

El idioma solía ser una seguridad para refugiarse de las falsedades, pero en los últimos tiempos, invadido de sensiblería, también es un lugar resbaladizo con trampas puestas a cada rato, como de intento.

Un caso. Hace unos diez años, unos científicos descubrieron que, en ese momento, quizás el calentamiento global pasaba por un retroceso. Es lógico, en cuestiones de la naturaleza si bien hay una tendencia, por ahí se quiebra y en el gráfico se marca como la disminución de un fenómeno en ascenso, un retraso, digamos, pero nada más. Los sentimentaloides entendieron el asunto como que todo lo dicho sobre la ecología hasta ese momento era mentira, y ahora empezaba a revertirse el asunto.

En ese momento las redes de internet no tallaban como ahora y el tema pasó sin pena ni gloria. Además, la preocupación por el clima es, en muchos casos, una sobreactuación de presuntos expertos que nunca lo estudiaron en profundidad.

Ahora estás con la cuarentena o estás en contra, o haces barra por el barbijo a muerte, o te opones a su uso, o te vacunas a como dé lugar, hasta para el orzuelo, o estás en contra, o la tierra es redonda o es plana, jamón crudo o cocido. Desde 1976, la mayoría de la gente de este país odia a los militares, pero ahora todo se milita, a favor o en contra, nadie debe quedar en el medio. Es más, si opina en un sentido y en medio de su argumentación pone un “pero” está con los otros, ¡so traidor!

Militancia: Dícese de una actividad que se desarrolla con la punta de los dedos, escribiendo a favor de los nuestros y para destrozar a los contrarios, reenviando a los amigos que piensan distinto memes, dibujitos, chistecitos y frases boludas para gente más boluda todavía. ¿Para qué agredir al amigo?, para que vea ese estúpido lo equivocado que está. Eso es una turbacióndel ánimo al máximo o, dicho de otro modo una masturbación intelectual.

Otro caso. Hace poco, un tipo de la Organización Mundial de la Salud, dijo que no le parecía que las cuarentenas tuvieran algún efecto para trancar la diseminación del coronavirus. Festejaron los anticuarentena. Dijeron: “¿Ven?, ¡ahí tienen!, la Organización Mundial de la Salud al fin nos da la razón”. Y no, macho, era un solo ñato, uno que labura ahí, pero no es la voz oficial quien dijo eso. “Pero no han salido a desmentir”, te respondían. No corresponde, decías vos. ¿Qué afirmaban esos animales?: “Entonces estás a favor de la cuarentena, listo”. No voy a militar una teoría médica así como no estoy dispuesto a inmolarme por una ecuación exponencial o por el 18 brumario.

No son sutilezas del idioma cual inadvertidas plumas pasando por el inmenso cielo de la escritura, son asuntos gruesos, che, carteles de camino vecinal y no los entienden algunos pequeños bestias mal alfabetizados. Hasta hace unos años, cualquiera que hubiera terminado tercer grado reforzado, era capaz de leer un diario y entenderlo. Ahora si no se lo dan digerido y con dibujitos no saben de qué se trata o captan todo al revés.

Le cuento una historia personal. Hace muchos años compartíamos una casa con mi tata. Un día preparaba un guiso mientras él observaba. Al cortar el pimiento, le saqué las semillas. Entonces me comentó que alguna gente no se las sacaba. Molesto por la intromisión le respondí: “Yo sí”. Al tiempito, él preparaba el guiso mientras yo lo observaba. Cuando le empezó a sacar las semillas al pimiento, le dije “¡¿Uhá?!, ¿al final le sacas o no las semillas?”. Me respondió: “Yo he dicho ´hay gente´ que no le saca las semillas, pero no lo hago”.

Fue una epifanía, llevado por mis ansias de mostrarle una contradicción, no me percaté de sus palabras yendo para otro lado. El sentimiento había invadido mi razón, la obnubiló, la anuló, le impidió pensar.

Si bien no me he vuelto literal para entender las palabras de los demás, trato de asimilar lo dicho, masticarlo, ir al sentido profundo de las manifestaciones ajenas y ateniéndome a la historia, comprender el contexto.

En una palabra, intento tener un criterio propio.

Y, por las dudas, quedarme callado antes de agarrar para el lado de los tomates.

Es lo más sano, pruebe y verá.

Juan Manuel Aragón                   

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