18/12/2021

Opinión

La discusión de los sandios revela el carácter torpe de algunos

Por: Juan Manuel Aragón
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La discusión de los sandios revela el carácter torpe de algunos

Interrumpo la transmisión para lanzar una idea que, desde hace mucho tengo atragantada. Y es esta, una de las descalificaciones más eficaces en una discusión, es acusarlo al otro de fanático, pues el otro queda en una situación contraria a la razón. Un fanático es quien cree porque sí nomás, de la misma manera que los hinchas de un equipo de fútbol quieren ver ganador a su equipo aunque juegue mal.

En su origen, la palabra designaba a ciertos sacerdotes paganos que se entregaban a manifestaciones exteriores aparatosas, pero con el tiempo se usó contra los católicos, a quienes combatieron el anticlericalismo y la masonería, en nombre de la ciencia y el progreso de los pueblos.

También es antiguo descalificar las ideas de los otros usando argumentos ad-hominem. Esto es: si usted no piensa como yo, en vez de rebatir su argumento, digo que usted es una mala persona y por eso no puede tener razón. En ese sentido una de las frases más oídas en estos casos, es "usted no tiene autoridad moral para decir eso", “usted no es quién para opinar de esa manera” o “ a título de qué usted sostiene el argumento”.

A pesar de que yo también pueda parecer un fanático, si Juan le retruca a Pedro con lo de la autoridad moral, me pongo inmediatamente a favor de Pedro. Mi razonamiento es el siguiente: "Si Juan hubiera tenido cómo discutirle a Pedro, habría usado esos argumentos, pero no los tiene y corre a decir que Pedro es un tal por cual. Es el camino más corto para llevar el debate por otros carriles en vez de centrarse en lo principal".

En los últimos tiempos, el argumento contra el hombre, adquirió mayor fuerza con una vuelta de tuerca maldita. Ya no se está contra el otro, tampoco se lo acusa de fanático. Ahora se le dice “vos hablas así porque votaste a Fulano” o “porque sos funcional a los intereses de tal periódico”, o “estás afiliado a tal partido y te mandan a opinar de esa forma”. La discusión pasa a ser sobre sus lecturas o pensamientos y no sobre su opinión, cambió el eje y era quizás la pretensión del otro, pues sabía que no tenía razón.

También están los estúpidos que, al verse acorralados con un argumento, sostienen “respeto tus ideas, pero yo no pienso igual”. No, papito, respetar es venerar, reverenciar, acatar. No es eso lo que se pretende en una buena discusión. Uno tiene en menos las ideas del otro, no las respeta, no las acata, piensa matarlas con las propias. Eso sí, respeta al otro en su integridad como prójimo y le desea personalmente todo el bien que los dioses estén dispuestos a proporcionarle.

Los más bobos de todos —bobos casi en estado de gracia digamos, bobos en polvo, pues se los disuelve en agua y se sacan dos o tres más— son quienes al verse perdidos en la disputa proponen: “Traigo un libro de casa para demostrar tu equivocación, pero apostemos algo”. La discusión es una forma de buscar la verdad mediante la confrontación de ideas, si se la somete al arbitrio del dinero, pierde su esencia para convertirse en un juego de tahúres, un guiño a la suerte, una seña del truco. Si quieres buscar el libro en tu casa, te pago el ómnibus para que lo traigas, te espero un rato, no sé, lo que quieras, pero no vengas a correrme con la plata: es una actitud de estúpido sin cultura, de sandio in ley. Y apartá esa cara de matón de barrio que has puesto, si quieres seguir diciéndote amigo, so torpe y bruto.

Discutir es bueno, lo malo es levantar la voz, tratar de tener la palabra más tiempo, interrumpir al otro. Malo es pelearse, no entender que un choque de ideas no tiene por qué convertirse en una disputa personal.

A partir de este momento las emisoras participantes continuarán con la transmisión de sus respectivos programas.

Juan Manuel Aragón                   

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