08/04/2020

Opinión

futuro

Si no cree en las malas noticias compre un lavarropas en cuotas

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Si no cree en las malas noticias compre un lavarropas en cuotas

Hay una mala noticia para los bienintencionados que creen que después de la peste del coronavirus, podría ser posible cambiar algo de la faz del mundo, haciéndolo más justo, más caritativo, más bondadoso, virtuoso. El régimen liberal se opone a estos principios. No es posible ser capitalista y la vez donar parte del capital para los pobres. Porque, va de nuevo, es el régimen, que Hipólito Yrigoyen calificaba con falaz y descreído, el que se opone a estas virtudes. ¿Qué valor la tiene la donación de dinero a los pobres hecha por un capitalista que explota a sus obreros pagándoles en negro o de menos, daña irremediablemente los bosques, contamina el agua, el aire y la tierra y abomina de Dios?

La esencia del capitalismo es ser intrínsecamente inmoral. No deja a un lado a la moral, como lo haría un amoral, no se aparta de sus postulados como un indecente, no se entrega actos lujuriosos cual un licencioso ni es un sinvergüenza a quien no le interesa si sus acciones dañan a otros. Cualquiera de estos se puede arrepentir, de hecho muchos lo hicieron y si Dios quiere, lo seguirán haciendo en los días por venir. El inmoral capitalista está en contra de la moral, la rechaza por ser una sustancia que aleja al capital de sus fines últimos, que son, justamente, conseguir más capital. A lo sumo puede respetar la ley y de hecho muchos son sus escrupulosos cumplidores, pero ya se sabe que la ley, como un todo en sí mismo, también deja de lado la cuestión moral. El positivismo quiere que la ley sea tal sólo porque lo es, como un perro que se muerde la cola una y otra vez, sin solución de continuidad.

Todos tenemos un vecino, un amigo, un conocido del que decimos: “Ya tiene suficiente dinero como para pasar tres vidas sin trabajar ¿para qué sigue amontonando?”. De esa gente se alimenta el capitalismo como rumbo de las naciones, pobres y ricas. Pero ese modo de vida, lo necesita principalmente a usted: que no sabe por qué, pero quiere el último televisor pues el que tiene es viejo, que no se conforma con descansar en su tiempo libre, sino que desea hacer turismo, como si viajar significara conocer, comprar ropa nueva sólo porque está de moda y se va a meter en ochocientas cuotas mensuales para tener un auto, aunque recién después deba decidir en qué lo usará, sólo porque el orbe capitalista le dice que es imprescindible que estacione el suyo en la vereda.

Hecho este planteo, la respuesta del otro lado dice que es un mal sistema pero hasta ahora no se ha probado ninguno mejor. Y es la verdad, en el estado actual de cosas, no hay nada mejor que el capitalismo para mover las sociedades modernas. Incluso el raro, el vegano, el que se despoja de todos los bienes, valida el circo, lo completa, hace perfecto el círculo, sin dejar de ser una rueda en el engranaje del hedonismo, aunque con otras palabras.

Para que luego del coronavirus nazca un mundo mejor que este o al menos para que valga la pena el esfuerzo de construirlo, habría que abandonar el engranaje que hace posible que la usura sea la rueda que mueve el mundo. El dinero a interés o el tiempo como factor de la riqueza de una persona o un grupo de ellas es intrínsecamente inmoral. A quien diga que no es posible mover las maquinarias sin estos artilugios se le responderá que tal como están planteadas las cosas, es cierto, la usura es la diosa ante la que debemos inclinarnos.

Habría que ver cómo se lo hace de otra forma. Quizás bajo otros Cielos, que no sean los del lucro como fin último del trabajo. Usted podría sostener que es imposible, que cualquier cambio radical de rumbo sería condenarnos quizás a una pobreza pavorosa. Se le responderá que es cierto, que es posible que la pobreza esté al final del camino de un régimen de vida que no tenga la ganancia como fin primero y último. Pero reconozca también que al final del camino del liberalismo existe solamente el vacío, el universo de una tierra devastada en que lo único que faltará será el hombre.

Estoy terminando la nota, en casa, aislado por la peste, mi hija que la lee por sobre el hombro, pregunta: ¿Entonces no hay salida? La respuesta es que no lo sé. Cada generación se imaginó la Parusía de una manera distinta, de acuerdo a sus miedos o a sus incapacidades. Lo que sé de seguro es que el fin de los tiempos ha de llegar sólo cuándo Dios quiera. En una de esas, en su infinita misericordia, a último momento nos indica el camino, se esperanza mi hija. Pero ya lo hizo antes y no quisimos oírlo, ¿por qué iba a reservarnos una suerte distinta a la del rico Epulón?

El que no crea, que lea el Evangelio según san Lucas, capítulo 16, versículos del 19 al 31.

Si eso no lo hace pensar, amigo, entonces vaya pensando cómo hacer para comprar el último lavarropas automático con carga superior, velocidad de centrifugado de 800 revoluciones por minuto y 18 programas. En cuotas no es tan caro.

Usted puede.

Dele.

©Juan Manuel Aragón                   

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