16/09/2020

Opinión

Algunos empresarios argentinos profesan el más puro marxismo

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Algunos empresarios argentinos profesan el más puro marxismo

Casi todos los empresarios de la Argentina profesan el marxismo puro y duro. Si no lo son, al menos extrajeron sus ideas del manejo de sus negocios, del concepto de plusvalía, desarrollado por Carlos Marx a fines del siglo XIX. Ah, usted no cree. Bueno, entonces sígame, no lo voy a defraudar.

Los defensores de la “teoría del derrame” suelen revivir cuando no están en el gobierno, pues suelen peligrar sus operaciones o al menos eso temen. Como su nombre lo indica, sostienen: crear riquezas para las grandes empresas, provoca que sus dueños arranquen con nuevos negocios, generando un dinero que finalmente llegará hasta las capas más bajas de la sociedad. Dicho de otra manera, cuando muchos empresarios salen a comer el sábado con sus respectivas señoras e hijos, hacen a los dueños de restaurantes contratar más personal, adquirir más insumos, comprar cubiertos. Si adquieren departamentos, mueven el gremio de la construcción. Y al regalarle un anillo a la secretaria, un lejano minero extrayendo miligramos de oro por día, lo agradecerá eternamente. La riqueza crea más riqueza, sería la idea.

Dicho de esta manera es un concepto maravilloso. Sólo es cuestión de hallar una burguesía ávida de invertir cada vez en más negocios, alimentando un círculo virtuoso, pues dará trabajo a más gente, comprando más cosas producidas por empresarios que pagarán buenos sueldos para seguir moviendo la economía. Siguiendo este burdo razonamiento se llega a la causa del extraordinario desarrollo de los Estados Unidos y otros países.

Si en la Argentina funcionara el derrame de esa manera, hace rato que este país sería una potencia mundial. Pero los empresarios nacionales, con sus honrosas excepciones, invierten sus ganancias, al principio en viajes de lujo al exterior, desparramando allá el dinero ganado aquí. Después, cuando se dan cuenta del negocio, envían parte de su fortuna al exterior para comprar acciones,adquirir bienes raíces o mantener a sus hijos estudiando en Princeton. Los más osados emprenden nuevos negocios en Miami, España, Francia. Hacen más grande al país que ya era grande, alimentando el círculo virtuoso del derrame, pero en otras tierras.

Otro asuntito que desvía un tanto la teoría de la riqueza generando más riqueza es que, por lo general, a la hora de derramar, los empresarios argentinos no suelen ser muy generosos, para decirlo suavemente. En las provincias pobres de la argentina, cuando toman un empleado en blanco, le abonan solamente la mitad del sueldo establecido por convenio y a veces, con artilugios legales, menos que eso. Tenga en cuenta que el sueldo mínimo legal está casi siempre en línea con lo que se podría llamar “pobreza, pero a flote”. A nadie se criticará si paga más de este mínimo a obreros o empleados eficientes o leales, pero pocos, contados con los dedos de la mano, lo hacen.

Y vamos a Marx, quien sostiene que al trabajador se le paga menos de lo que debe ganar. Así pues, la diferencia entre lo que realmente produce y su salario es lo que se conoce como plusvalía. Esta plusvalía constituye la ganancia extra del empresario (ahí están la cena con la señora, el nuevo departamento, el anillito para la secretaria, las vacaciones en la Costa Azul, el hotel en Miami a nombre de un testaferro, las acciones en la Bolsa de Nueva York).

Volvamos al principio. Los empresarios que pijotean el sueldo de sus obreros y empleados, en realidad cumplen a rajatabla la teoría marxista, quedándose con la plusvalía de su trabajo. La conclusión es fácil: si alguien sigue a River, es riverplatense, si sigue a Boca es boquense, y si sigue a Marx es marxista.

Pero, si no está de acuerdo, abajo hay espacio para debatir o agarrarse de las mechas de manera civilizada.

Juan Manuel Aragón                   

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