11/12/2020

Opinión

Entre el sofisma de no ser y la fealdad de los automóviles

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Entre el sofisma de no ser y la fealdad de los automóviles

Los primeros en sufrir la mala prensa de los diarios fueron —qué duda cabe— los sofistas griegos, maravillosos pensadores, pues sostenían que no importaba en absoluto, quién tenía la verdad en una discusión, sino más bien, quién exponía el argumento más elegante.

Ahí está Gorgias, defendendotres tesis: a) nada existe, b) si algo existiera sería inconcebible para el hombre y c) si fuera concebible, no se podría explicar. ¿No es maravilloso? Usted está con el celular en la mano leyendo esta nota, el celular existe, el hombre no solamente lo concibió, también lo usa y, además se explica a los demás con un simple manual de fábrica o con una carrera en ingeniería electrónica. Pero lo cierto es que nada existe. ¿No cree? Sígame, entonces, no lo voy a defraudar.

Mientras una corriente del pensamiento griego llama a sus integrantes “filósofos”, o sea “amantes de la sabiduría”, los sofistas, como su nombre lo indica se nombran como “sabios”. Al menos son más sinceros, no se disfrazan de humildes. Son sabios y retan a los demás a discutir y pensar sus argumentos.

Con exactitud de relojeros, los filósofos desde Sócrates en adelante, desmenuzan la realidad de acuerdo a sus puntos de vista, para exponerla cruda a la gente. Los sofistas, en cambio, toman la vida como puro discernimiento. “¿Tienes un argumento a mano para discutir de algo?, el mío es mejor”, parecen decir. Y rebuscan en la cabeza, en esa pura intuición llamada inteligencia, para rebatir lo que se ponga al frente.

Disputan el juicio de lo cierto y científicamente comprobado, contra la pura belleza de una imaginación buscando recovecos del alma donde no los hay, justamente. Y los halla. Contra los fríos jugadores de fútbol, entrenados al milímetro, bien comidos, mejor formados, preparados para saber estratégicamente dónde están sus compañeros y qué hacen los rivales, sale un Diego Maradona haciendo la gambeta que nadie, ni él mismo se esperaba. Entrenen durante mil años, corran, suden, pateen cien mil pelotas durante dos millones de horas, un solo sofista entra a la cancha y los deja desorientados como ciegos en orgía.

Es paradójico, una de las primeras discusiones del pensamiento, la pierden justamente los sofistas, maestros en argumentos variados. Los otros, fríos, calculadores, protestantes calvinistas digamos, tienen a su favor el viento de la opinión de las señoras y señoros lectores de diarios, siempre dispuestos a creerle al más sensato. Las ideas del sofista son bellas, sí, lo reconocen, pero entrañan el peligroso trabajo de ponerse a pensar.

El científico muestra un Ford KA mientras expone: “Este es un automóvil, sirve para ir de un lado al otro”. Entretanto, el sofista hace un manifiesto sosteniendo: “Uno nunca se va de uno mismo y por lo tanto, dondequiera que esté jamás ha salido de su casa”. Las viejas que toman el té en las confiterías paquetas del centro, se inclinarán por la primera opción y darán como argumento el auto del marido: eligen el camino más corto entre una idea simple y la tranquilidad de no pensar. Usted y yo, obviamente nos quedaremos con la segunda evidencia: es posible que una de estas noches no durmamos pensando en las implicancias del ser, el no ser, el movimiento y el reposo.

Además está el asunto de la belleza, ¿no? Un auto es, en sí mismo, un objeto de una fealdad atroz. Un montón de hierros y plásticos, hecho para un fin agotado en sí mismo. Su esencia es, justamente, ser un “auto móvil”, un objeto cuyo fin es el movimiento y el transporte. Los hombres tratan de disfrazarlo como algo bello, pero no lo es, pues su fin es la utilidad.

Una canción cualquiera, silbada en la calle tiene más valor que cualquier cosa hecha por la industria de los hombres sobre la redonda tierra, justamente pues fue ideada como algo bello. Conclusión: en lo inútil reside el gusto por la vida. Quien cambie la sonrisa de un hijo por una fábrica de bulones, está imbuido de la idea occidental materialista, quiere tener objetos por encima de lo intangible.

Si lo realmente vivo en este mundo, está en lo que no es, entonces usted coincidirá en que nada existe, si algo existiera sería inconcebible para el hombre y si fuera concebible, tampoco se podría transmitir o explicar. La sonrisa de su hijo a los tres años, dos meses y tres días, desde un instante después no estará más, pues su niño habrá crecido, eso es inconcebible y si lo concibe, no lo va a explicar ni a palos.

Ahora, si quiere seguir siendo vieja tomando el té con las amigas, en una confitería del centro, vaya y sea, no hay problema.

¿Yo, pregunta? Sofista a muerte.

Juan Manuel Aragón                   

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