14/01/2022

Opinión

Una realidad aparente y una mentira, escondidas detrás de la suerte

Por: Juan Manuel Aragón
Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Una realidad aparente y una mentira, escondidas detrás de la suerte

La realidad es un castillo de naipes inmenso, complejo y aparentemente estable: las cartas han sido elegidas en el pasado por la mano gobernante de las casualidades del mundo y están tan bien ubicadas que, si se saca una cualquiera de abajo, todo el contexto se derrumba, hecho añicos.

Por eso mismo es imposible el viaje al pasado, cualquier elemento extraído o modificado, aunque sea medio milímetro, y el presente se desmorona. Mejor dicho, a su vuelta, el autor de ese periplo estaría condenado a vivir por siempre en un mundo paralelo, con otros actores o talvez los mismos de ahora, pero actuando de manera distinta.

El más leve movimiento de una persona, la decisión de caminar un poco más rápido o más despacio, una mirada dirigida a un transeúnte cruzando de vereda, el perro ladrando las ruedas de un auto en la esquina de allá, la hormiga comiendo las flores de un rosal, el espejo devolviendo la mirada de una mujer: todo es parte de la fábrica de la realidad, a su vez forma el rompecabezas de un embrollo monumental y trenza los hilos de eso llamado el presente.

En medio de eso están usted, su prójimo y las casi infinitas cadenas de prójimos, funcionando dilatadas por todo el ancho mundo y quizás más allá también.

¡Espere!, ¡espere!, todo eso ha sido dicho antes, entre otros, por los grandes autores de la ciencia ficción. Ahí están, para nombrar solo los dos más famosos, Ray Bradbury e Isaac Asimov, planteando esa imposible vuelta al pasado, pero de forma mucho más elegante, advierte la voz interior que siempre pretende destruir estos breves y aburridos escritos, con una advertencia: “Pare, quizás está copiando una idea de otros”.

Pero ahí está usted, mirando esta nota en su telefonito mientras viaja en ómnibus, en un alto de su trabajo, acostado en su cama antes de levantarse, mojando con la otra mano la medialuna en el café con leche o mirando la pantalla de la computadora de su trabajo. Esa sola acción —inacción— modifica su día por completo, sin darle ni una sola pista para darse cuenta de que su retraso en levantarse, quizás provoque el encuentro fatal con una mujer ansiada, el reto de su jefe por perder el tiempo, el sabor de una manzana elegida dentro de un rato, después de aguantar a la mujer de adelante en la fila, pidiendo todas las verduras con una parsimonia digna de un tiempo en cámara lenta.

A Jorge Luis Borges le atribuyen, quizás erróneamente, “el hubiera no existe”. Justo a él, que hizo del “hubiera o hubiese” una razón completa de su vida. Una constante duda sobre el pasado son los cuentos edificados, por definición, sobre una mentira tras otra, tras otra, tras otra, todas creídas como ciertas.

Adónde va este escrito, se preguntarán los lectores. El otro día jugué unos números al Quini6. Si todas las casualidades de la vida se han puesto de acuerdo en el crucigrama de la vida, podría ser posible ver las bolillas acomodadas de cierta forma, para hacer que finalmente me toque en suerte el premio mayor.

De otra manera me seguirán sufriendo en esta diaria columnita, todos los días, construyendo realidades aparentes en un mundo de pensamientos de alguien que no tiene nada mejor para cavilar.

Lo más seguro es que siga con usted, don, doña, que llegó hasta aquí.

Juan Manuel Aragón                   

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