10/06/2020

Opinión

Eufemiano, los cowboys y el día en que el tío Ramón empuñó un revólver

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Eufemiano, los cowboys y el día en que el tío Ramón empuñó un revólver

Hay anécdotas que quizás no sean espectaculares, pero que igual se recuerdan para siempre. El padrino de mi hermano Eufemiano, era el tío Ramón, que trabajaba en La Gaceta, de Tucumán. Era santiagueño, pero joven se fue a vivir entre los ñañitas, se hizo periodista, se recibió de profesor de Historia y con los años cosechó justa fama por sus investigaciones y trabajos. Casado con una hermana de mi padre, tuvo tres hijos a los que veo menos de lo que quisiera.

En la infancia nuestra, digo, la de mi hermano y la mía, un regalo que nos solían hacer, eran revólveres de ceba, estrellas de sheriff de plástico, cartucheras y botas de vaquero, como las que ahora usan los bailarines de folklore argentino. Jugábamos a los cowboys. Uno se escondía, era el ladrón o el indio, y el otro lo buscaba hasta matarlo. Así pasamos largas horas de invierno en la casa de mi abuelo, en el campo.

A pesar de esos juegos que implicaban muchos disparos de imaginarias armas de fuego, de grandes, vaya a saber por qué, no nos aficionamos a las armas, no nos gusta cazar ni somos coleccionistas ni —mucho menos— miramos películas del oeste norteamericano.

A lo que vamos, por ese tiempo, un día mi padre apareció con un ejemplar de La Gaceta, que en la tapa traía una foto del tío Ramón cargando sobre su hombro a un policía herido. En la otra mano empuñaba la pistola del hombre, que se le había caído en una refriega callejera con manifestantes, muy común en esos años. Sería a fines de la década del 60, principios de la siguiente.

Recuerdo la emoción de mi hermano cuando vio la fotografía. “¡Tío Ramón!”, exclamó. La recortó para llevarla a la escuela y mostrarla a los compañeros. Todo un acontecimiento.

Mientras nosotros solamente jugábamos a los cowboys su padrino era uno de verdad. El mío era aburrido, porque solamente publicaba libros, pero el suyo andaba en medio de las manifestaciones, mezclado entre policías y estudiantes y además escribía.

Cuando pienso que los hombres de letras, también deben tener coraje y meterse en peleas de la vida que bulle fuera de los papeles para defender con el cuero lo que escribieron con las manos, recuerdo a Ramón Leoni, que desde el Cielo de los buenos historiadores capaz que me da la razón.

Juan Manuel Aragón                   

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