15/09/2020

Opinión

La guerra en el mar como una enseñanza para la vida

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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La guerra en el mar como una enseñanza para la vida

Nos poníamos el traje de gala de capitanes de navío, ubicábamos los barcos: un portaaviones, dos corbetas, tres fragatas, cuatro barreminas, cinco submarinos y salíamos a la caza del enemigo en océanos infestados de tiburones. En la guerra y en la paz siempre vale más el inteligente, el astuto, el que estudia en los ojos del enemigo sus negras intenciones. Se debe anticipar lo que hará el otro y al mismo tiempo evitar que conozca nuestras intenciones y, sobre todo, la ubicación de la propia flota. Del otro lado había una escuadra de guerra igual, pero puesta de diferente manera, casi siempre con ánimo de engañarnos.

¿Es posible tirar un cañonazo a ciegas? Bueno, sí, pero no es probable acertar de esa manera. Sobre todo en el ancho mar, siempre se sospecha que detrás de las altas olas, en un punto más allá del horizonte, hay un buque enemigo esperando nuestra jugada para responder con otra igual, pero de sentido contrario, es decir un torpedo de allá para aquí. (El viejo apotegma dice: malos son los que tiran de allá para aquí, los buenos tiran de aquí para allá).

Quienes han ido a la guerra sostienen que los momentos de contacto con el enemigo son muy escasos. Se trata de caminar muchos días, ir de un lado para otro, meterse en una trinchera, despertar en medio de la noche para seguir caminando, treparse a un camión que lo llevará a cualquier lado, cambiar de posición una y otra y otra vez, hasta que un buen día viene el jefe y le dice: “Están allá, disparen a matar”. Si tienes suerte, cuando el tiroteo termine, irá hasta ahí y los verá muertos. Si no tiene suerte, cuando los vea ya habrá salido una bala silbando hasta el centro de su corazón. Y chau.

En el mar es distinto. La guerra naval moderna no permite el abordaje, ni siquiera que se agarren a cañonazos dos naves a escasos metros de distancia como antes. Ahora se miden desde kilómetros de distancia, adivinan los movimientos del otro, le lanzan un misil teledirigido y aguardan el resultado. Del otro lado lo mismo. Todo dura hasta que uno de los dos pierde toda su armada y se rinde.

Usted dirá: “Pero, che, es cruel lo que está contando”. Y sí, amigo, es la vida real, la de todos los días, la de la calle con su sólido y duro pavimento es cruel, por si no se había enterado: los buenos ganan pocas veces y los malos casi siempre consiguen la corona de campeones. Es un juego con desquite.

Es dura la vida del marinero, si el capitán hace bien su trabajo, será posible, cuando la batalla termine, volver a puerto sano y salvo. Pero así y todo, si los de su bando resultan triunfantes, nada le asegura que su barco no se cuente entre las pérdidas de los ganadores, como el boxeador que noquea al rival, pero de todas maneras algunas manos le entran, y le duelen.

Lejos del mar, la espuma de las olas, las gaviotas, el puente de mando, la cubierta, los aviones amigos patrullando el cielo de la patria para ofrecer más seguridad, el silencio artero de los misiles submarinos, en el segundo recreo de quinto grado uno de los contendientes susurra “A 7”, el otro responde “tocado”. Es la Batalla Naval.

¿Nunca lo ha jugado?

Juan Manuel Aragón                   

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