12/06/2020

Opinión

No me gusta el Himno Nacional Argentino

Escribe JUan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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No me gusta el Himno Nacional Argentino

Sobre gustos no hay nada escrito, dicen, y quizás tengan razón. Eso significa que a usted puede gustarle cualquier cosa que a su vecino le contraríe sobremanera, y al revés también. Vale sobre todo, en los objetos que han sido creados solamente con un criterio estético. A usted le agradan los cuadros de Pablo Picasso, y su vecino dice que son mamarrachos que no se comparan con el peor dibujo de Salvador Dalí: a usted no le disgusta tanto Dalí, pero sí le tiene algo de inquina a Diego Velázquez, no halla por qué tanta admiración y su vecino coincide, pero tiene una opinión muy distinta de Francisco Goya. Y así hasta el infinito.

Lo mismo pasa en la música, los canarios, los sombreros, la literatura, las comidas, los perfumes, los caballos, los colores, la ropa, los cuchillos, los peinados, las casas, las edades, los muebles, los perros, los antifaces, en fin. Todo en la vida es posible resumirlo en una preferencia, con razones o sin ellas.

Todo lo anterior es para afirmar que no me gusta el Himno Nacional Argentino, me parece extremadamente aburrido, lento y sobre todo, con una letra mentirosa. A veces siento la partecita de “libertad, libertad, libertad” o el imperativo “oíd el ruido de rotas cadenas” y me dan ganas de echarme a reir o a llorar a los gritos.

Además, todo dicho en ese tono lento, majestuoso, solemne, floripóndico, como si estuviéramos diciendo: “¡Guardia!, tengan cuidado, somos los argentinos”. Quizás los changos de las hinchadas de fútbol, que en muchos aspectos son más sabios que el resto de la sociedad, entendieron bien el asunto y corean la mejor parte, que es la introducción, antes de que comiencen las puras exageraciones de la letra. Otra cosa, ¿por qué un himno?, si se lo pasara a tiempo de marcha, es decir dos por cuatro, como el tango, quizás fuera un poco menos pesado y soporífero.

A veces, como otras músicas, los argentinos lo hemos oído con algo de emoción, con el estremecimiento de la lejanía, el corazón vibrante de alegría, tristeza, saudades, regocijo. Pero es otra cosa lo que estoy diciendo y no tiene nada que ver con los sentimientos.

Todos recuerdan a sus padres con amor, pero también reconocen sus defectos, por ahí no fueron los mejores del mundo ni los más amorosos, generosos o dedicados, pero fueron los únicos que tuvo y con todas sus cositas, igual los ama. ¿Por qué no puede suceder lo mismo con el himno de su país?

Una buena canción patria es La Marsellesa contra el sangriento estandarte de la tiranía que se ha levantado contra nosotros. Otra: “Il Canto degli Italiani”, alegre, restallante, que cruza el aire como un llamado, unidos en cohorte y preparados para la muerte. “¿Sigue ondeando la bandera tachonada de estrellas // sobre la tierra de los libres y el hogar de los valientes?”, preguntan los norteamericanos en su canción patria y andá a desmentirlos.

Tampoco me gusta la bandera, celeste y blanca, aburrida, que descolora con el tiempo y al final, cuando no la bajan del mástil es una cosa gris. Mejor hubiera sido una que tenga tonos y matices más vivos, no sé, rojo sangre, amarillo patito, verde botella, morado cuaresma.

Pero, lo dicho. Gustos son gustos dijo una vieja y…

Juan Manuel Aragón                   

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