03/12/2020

Opinión

El rugby como una manera de despreciar a los demás

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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El rugby como una manera de despreciar a los demás

Dice el presidente de la Unión Tucumana de Rugby, Marcos Corbalán, sobre los comentarios racistas de varios integrantes del seleccionado nacional de ese deporte: “Hay que terminar con este estigma de que es un deporte elitista. La Unión de Rugby de Tucumán y las demás uniones hacen un gran esfuerzo por incluir cada vez más gente”.

Antes de analizar su comentario, se debería desbrozar el idioma para aclarar qué quiso decir exactamente. Porque “elite” es un término usado en general, para nombrar a los mejores, por eso se dice “deportista de elite”. De esta manera se llama actualmente a los sobresalientes, a quienes más se esfuerzan. Es, según el diccionario, el conjunto de los más destacados en un grupo, una comunidad. Donde dice “elitista”, cabría traducir como ricos, ricachones, opulentos.

Yendo al fondo del asunto, ¿por qué en un deporte para jóvenes debe hacerse un “gran esfuerzo” por incluir cada vez más gente? Oiga, ¿no es un contrasentido? Una de dos, o es un hermoso juego en el que todos quieren participar o tiene algo malo y por eso debemos convencer a uno por uno así lo practica.

Molesta también lo de “estigma”. De manera velada Corbalán quiere hacernos creer que es un juego rodeado de un aura injusta para hacerlo despreciable para el resto de la sociedad. Es decir, primero avisa: es un deporte con una marca negativa y aun así —pobre gente— hace el esfuerzo de sacársela de encima.

Agustín Pichot publicó: “el rugby es algo increíble”. Quizás, sí. Entonces, ¿por qué no hay arcos de este deporte en todos los pueblos y barrios de la Argentina y sí se ven de fútbol o aros de básquet?, ¿por qué espontáneamente la gente no hace canchitas en cualquier descampado? Si los lectores saben de una sola, instalada por los vecinos en un barrio popular, en un baldío, para que jueguen sus chicos, avise, será la excepción confirmando la regla. ¿Por qué si es un juego tan increíble, no se convocan multitudes para seguir todos los fines de semana a los equipos locales?

Arriesguemos una hipótesis, los clubes de rugby, hasta hace un tiempo, eran todos de gente rica o al menos con dinero suficiente como para pagar una cuota de admisión y mensual bastante salada. Esto provocaba que los rugbistas se sintieran en su elemento, entre gente con pensamientos más o menos similares, iba a las mismas o similares escuelas pagadas y compartía códigos de comportamiento frente al resto de la sociedad. Dicho esto sin el más mínimo ánimo de estigmatizar a nadie.

Ah, pero tienen tercer tiempo, dirá alguno. Es casi un ritual que, después de cada partido, al menos en la Argentina, los jugadores de ambos equipos se junten para compartir una bebida y un tentempié. Luego de haber dejado el alma en la cancha, defendiendo la camiseta en un juego violento, se olvidan de sus peleas en el campo de juego y vuelven a ser amigos, no como en el fútbol o el básquet.

Muy bien, felicitaciones. Ahora diga cómo se sentirá un jugador de clase media o baja, con el padre albañil y la madre empleada por horas, en casas particulares, cuando los compañeros hablen de viajes a Europa, paseos en lancha, práctica de esquí o aventuras en una pileta de natación.

Claro, puede ser que los chicos hijos de ricos estén aleccionados para no hablar de esos asuntos pues tienen un compañerito cuyos padres son pobres. Pero, ¿qué va a suceder con el resto de las conversaciones? Hay códigos concretos de comunicación, distintos para cada grupo. ¿Podrá el muchachito pobre avisar que día por medio en su casa se come guiso?, ¿el chico rico no comentará nada de su molestia porque se le rompió la motocicleta de alta cilindrada?, ¿dirá algo el pobre, del enorme sacrificio de sus padres para comprarle los botines?

En algunos lugares de la Argentina, Tucumán entre ellos, el rugby ha comenzado a transitar el largo camino para convertirse en deporte de proletarios. Muchos entrenadores y dirigentes de clubes, sobre todo los que no tienen renombre social de clase alta, comprometen todos los días su tiempo, su dinero y sus ganas para enseñarlo a chicos con padres de pocos ingresos económicos.

Pero también pervive un espíritu de casta, notable en la actitud de muchos jugadores y dirigentes. Muchos hijos de nuevos ricos, a quienes Arturo Jauretche llamó el “medio pelo”, sienten un desprecio olímpico hacia el de piel más oscura y pobre, como lo hicieron algunos de ellos por internet.

En fin, podría terminar esta nota dando una lección sobre lo que debe hacer el rugby y los rugbistas, para acabar con su actitud patotera y con cierta forma de pensar acerca de los demás, despreciándolos sólo por considerarlos seres inferiores. Pero pensar en el asunto me da un poco de asco, además no tengo idea.

Ah, pero se rompen el alma al cantar el Himno Nacional.

Juan Manuel Aragón                   

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