11/10/2021

Opinión

La globalidad impone uniformarse, so pena de quedar afuera

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24).
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La globalidad impone uniformarse, so pena de quedar afuera

El problema con la moda es su globalidad, digo ahora mientras pienso si esa palabra ´globalidad´ realmente existe. Es decir, algo sucede en las pasarelas de Milán, Londres, París, Barcelona, y menos de cinco minutos después ha llegado a todos los barrios de la Argentina, lo usan las carísimas modelos de Buenos Aires y las amas de casa de Posadas o Tartagal. Al toque.

Pero hay ropa que no es para todas. Digámoslo al revés, no es obligación ponerse la misma ropa todos, al mismo tiempo, para ir a los mismos lugares, a la misma hora. Y debiera haber negocios con ropa pasada de moda. No tengo nada contra los pantalones bombilla, casi una calza, pero no me gustan. Oiga, ¿por qué no venden más de los antiguos, con botamanga ancha? Otra, le pido al vendedor: “Traeme, por favor un par de medias” y me entrega zoquetes. Le aclaro: “No quiero zoquetes”, pero el tipo, un treintañero, no me entiende porque las únicas medias que ha conocido en su vida son cortitas.

Como que la moda de los teléfonos se trasladó a la ropa. Cuando vinieron los más chiquitos, que cabían en la palma de la mano, ya no se consiguieron los más grandes ni por casualidad, además hicieron un sistema para que no sirvieran ni para regalarlos. Hoy el que tiene de los chiquitos sabe que apenas se le descomponga, no consigue otro parecido ni rezando a todos los santos del Cielo. El día que salgan los cintos fosforescentes, no se conseguirán más los de cuero, será como si los hubieran prohibido. Y al tiempo, cuando uno le diga al tendero: “Deme un cinto negro”, el otro lo mirará como si pidiera algo estrafalario, un sombrero bombín, pongalé.

Oiga, pero hasta aquí entendemos todo. Pocos quieren quedar fuera de la moda, del uniforme impuesto por quién sabe quién, por qué y para qué. En cierta medida es comprensible: la sociedad (suciedad), de consumo impone ciertas pautas de vestimenta que dejan afuera a quienes no se adaptan. Pero hay modas que son un espanto, una aberración, un horror. Como que mujeres y varones compran pantalones rotos y pagan fortunas por ellos. Es decir, pagan caro el hecho de parecer zaparratrosos, haciendo una burla, de paso, a los pobres que, dignamente, zurcen su ropa para no salir a la calle como cualquier cosa.

Iba a hablar de la otra moda atroz, la de escribirse el cuerpo con leyendas indelebles e incomprensibles, los tatuajes, pero mejor lo dejo para otro día. Por hoy, basta.

Juan Manuel Aragón

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