06/01/2022

Opinión

No tenga dudas: los Reyes Magos existen

Por: Juan Manuel Aragón
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No tenga dudas: los Reyes Magos existen

Eran tres, eran magos, eran reyes. Se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar y le llevaron oro, incienso y mirra, pues sabían que era el Mesías prometido en el Antiguo Testamento. ¿Pregunta si existieron?, por supuesto, ni lo duda. Lo sé, porque en el campo, mi abuelo nos hacía dejarles agua y pastito a los camellos para cuando llegaran, y al día siguiente, aunque no lo crea, habían desaparecido. Una vez les escondimos unas latitas de picadillo para el camino de vuelta, detrás de una planta de naranja agria, y al día siguiente no estaban más, se las habían llevado. Muy tarde, en la noche, mi abuelo los había oído llegar, casi sin hacer ruido, por miedo a despertarnos. ¿Por qué iba a mentir el viejo, diga?

Habían visto una estrella y la habían seguido, quién sabe durante cuánto tiempo, cruzando desiertos inmensos, bosques, lagos, montañas, el océano Atlántico, hasta llegar justito a Sol de Mayo, en el departamento Jiménez de Santiago del Estero.

Éramos chicos, parecidos al Niñito Jesús y para que recordáramos el milagro de su nacimiento, también a nosotros nos agasajaban. Además, nos habíamos portado bien. Pero esa parte no la entendíamos mucho, ¿cómo sabían los Reyes de nuestra vida?, ¿acaso nos espiaban durante todo el año o los grandes les avisaban?

Eran antiguos, tanto como el mundo. En esos tiempos no había tantos tiquismiquis y por eso a los changos nos traían una pelota de plástico y a las chicas, muñecas. Aunque le parezca increíble, amigo en el mundo de antes había solamente varones y mujeres, unos y otras, sin tantas complicaciones como ahora.

Si mi abuelo hubiera vivido hoy, lo habrían fusilado en la plaza pública: mire que enseñarles a los nietos esas cosas de la religión, inculcarles leyendas, dirían las psicopedagogas de hoy. Decirles que los niños habían sido, eran y serían siempre sagrados para los grandes y que jamás de los jamases, aunque pasaran muchos años debíamos olvidarnos. Lo recuerdo como si fuera ayer.

En aquel tiempo estaban creciendo los enemigos de la religión, no afuera de ella, sino adentro de la propia Iglesia Católica, el Diablo militaba en sus propias filas. Algunos curas vinieron luego con esas tonterías de que no existe el Pecado Original, tampoco el Purgatorio, el Limbo es una tontería, los reyes no eran reyes, no eran magos, no existieron ni fueron a verlo al niño en el pesebre. Si los apuran sostienen que Herodes era un buen rey (muchos, si lo tuvieran enfrente, lo felicitarían y se postrarían ante él), pues mató solamente media docena de chicos, calculando que entre ellos estaría Manuelito. Una tontería oiga, media docena o menos de niños no le hacen nada al mundo: no los necesitábamos entonces, no los precisamos ahora.

Mi abuelo tenía un bayo melón mansito y cuando salíamos a pasear le averiguábamos sobre los Reyes. ¿Alguna vez los has visto? Sí, claro, pero hace mucho y no me acuerdo muy bien. ¿Siendo gente tan importante y no los recuerdas? Estaba medio dormido, además era chico, como ustedes. Nos parecía imposible, el abuelo nunca había sido niño, era una perturbadora idea. Los grandes eran grandes y siempre lo habían sido y nosotros no dejaremos de ser niños, pensábamos.

Baltasar era el único de a caballo, los otros venían en camello: obviamente todos queríamos ser Baltasar, pues llegaba en un flete tordillo de raza árabe, según calculaba mi padre. En su pago, la gente los reverenciaba y les hacía toda clase de cortesías y ceremonias, pero aquí se postraban ante un chico, hijo de un viejo barbudo y una chica pobrísimos, y le entregaban regalos. ¿Qué otras pruebas necesitan quienes no creen para convencerse de la realeza de Nuestro Señor? Fueron los primeros en advertir que el chiquito aquel era verdaderamente el Hijo de Dios, hecho hombre para salvarnos. Está en el Nuevo Testamento, no me va a dejar mentir.

Años después, mi abuelo se murió, los hermanos crecimos y nos tomamos rumbo a los cuatro vientos, Sol de Mayo se convirtió en la sombra de una larga noche de recuerdos queridos, el bayo melón no es ni ceniza de tierra seca y salitrosa, el viento de los años va tumbando lotapera de aquella casa, los cercos, los potreros, el calicanto, los corrales. Pero ellos, digo, los Reyes Magos, siguen intactos, volviendo cada 6 de enero a visitar a los chicos que se han portado bien, a avisarles la Buena Nueva.

Anoche puse el pastito y un fuentón con agua para repetir, con mis hijos, el milagro de la inocencia e inculcarles, de a poquito, la fe de los mayores. Si comprenden esto, lo demás es cuento.

Juan Manuel Aragón                   

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