01/09/2020

Opinión

Si pasó de los 18 años, lo lamento, usted ya no es un chico

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Si pasó de los 18 años, lo lamento, usted ya no es un chico

No he llegado a viejos para que cualquier estúpido me llame “chico”, como si fuera un niño. No lo soy, no quiero serlo. Estoy en una edad para pensar en el arpa y no en la guitarra. Oiga, nombrarse como chico, lo digo con todo respeto por si usted es de quienes se llaman de esa manera y han pasado de los 18 años, no le va a quitar ni un día de vida. Ni un cachito.

Entro a un negocio, me dicen “ya lo van a atender los chicos” y siempre respondo, “prefiero hablar con gente grande, por favor”. Y no me importa que me tengan por caduco, vetusto, arcaico. Viejo choto, en una palabra. ¿Qué es eso de no querer pasar de la categoría de chico?, ¿a quién se le ocurre?

Uno tiene pelos en lugares que cuando niño no le aparecían, empieza a afeitarse, le gustan las chicas, le crecen los compañones y ya no es chico. Lo lamento, el paso del tiempo es inexorable: cualquiera detiene el viento de agosto con la mano, sujeta un río crecido, se enfrenta con doscientos ninjas armados hasta los dientes, trepa el Everest descalzo, mata cocodrilos a mordiscos, cualquier cosa. Pero no va a atajar el tiempo.

A su edad usted se siente un toro, corre 20 quilómetros por día sin cansarse, aguanta los requerimientos sexuales de chicas de 18 como todo un cojudo, juega al rugby de pilar, en un equipo de la primera división, no sé, lo que quiera. Pero no será un chico. Si le gusta, bien, si no, es lo mismo, el reloj sigue andando.

¿Es de los viejos que cuando salen de la casa, en verano se pone un pantalón corto? Bien, por usted si cree sufrirá menos del calor, aunque no lo creo, me alegro porque su señora le dicho “te queda perfecto”. Pero no volverá al tiempo de la infancia. Ni un poquito así.

Dirá usted, esta nota la escribió un amargado. Y sí, oiga, ¿voy a llegar a esta edad tratando de portarme como un niño? No, amigo, soy viejo, me porto como viejo, actúo como viejo, camino como viejo, saludo como viejo y no entiendo cómo funciona el teléfono celular porque como todos los viejos no entiendo los aparatos modernos. Prefiero eso a hacer las veces de un ridículo queriendo parecer jovencito.

Si fuera joven sabría a qué se dedica John Méndez, bailaría reggaetón, comería esos asquerosos conitos por lo que hacen berrinche los chicos, estaría al corriente de cómo mantenerme arriba de una patineta, querría ir al boliche todos los fines de semana. Y sobre todo, no tendría recuerdos de más de 12 ó 13 años: si sucedió antes no había nacido.

Pero, ya lo he dicho otras veces, esta no es una nota editorial ni de consejos de vida. Si se cree un pibe (una piba) de 15 encerrado en un cuerpo de un anciano de 60, 70, 80 años, bien por usted. Si le han dicho que está pintudo con los pantalones pegados al cuerpo como calzas de bailarina, las medias zoquetes y los zapatos de goma (“les dicen sapitos, papá”, dicta mi hija que ya no es chica, tiene 16), lo felicito. Pero todo eso no le quita ni un instante a los años vividos.

No sé cuándo ni a qué hora leerá esta nota. Pera mí hoy es 31 de agosto del 2020, son las 10 de la noche. Dejo de escribir, estoy cansado. Hora de mi sopita de gallina y a la cama con el último libro de Arturo Pérez Reverte. Si no me duermo, una ginebrita Llave seguro me ha de ayudar.

Hasta mañana.

Sueñe con los angelitos.

Juan Manuel Aragón                   

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