16/07/2020

Argentina

Opinión

VIDEO: Majul habló de los que quieren "lastimar" a Alberto Fernández y apuntó a Cristina Kirchner

El periodista aseguró en su programa que "el cristinismo no da puntada sin hilo".

En su programa, que se emite por LN+, Luis Majul habló sobre los que quieren "lastimar" al presidente Alberto Fernández y apuntó contra la vicepresidenta Cristina Kirchner.

Su opinión completa:

Hay que terminar con la ingenua idea de que Hebe de Bonafini habla por sí misma o que lo hace solo en nombre de las Madres de Plaza de Mayo. Ella suele expresar u opinar lo que siente o entiende Cristina Fernández de Kirchner.

Hay que dejar de autoengañarse y suponer que lo que farfulla un personaje como Dady Brieva es una ocurrencia personal, que el elogio de Cristina a la nota de Alfredo Zaiat es aleatorio, que las advertencias de Juan Grabois no mueven el amperímetro o que los chicos grandes de La Cámpora son unos improvisados que hacen política de manera intuitiva.

El cristinismo no da puntada sin hilo. Es una fuerza disciplinada y de funcionamiento muy vertical que no cuenta con librepensadores. Juegan todos juntos, y en varias canchas a la vez. Tampoco juegan limpio, sino que son inescrupulosos, mienten y hacen trampa.

Desde el minuto uno, en que Cristina ungió a Alberto Fernández como candidato a presidente, supieron qué hacer y cómo empezar a construir un proyecto alternativo. Entonces, las fuertes presiones que ahora ejercen sobre el jefe de Estado responden a ese plan y el actual intento de "lastimarlo" y "condicionarlo" no es sorpresivo ni nuevo. Solo que en estos días se notó con más fuerza y más intensidad.

Cristina, ahora mismo, está muy incómoda con el Presidente. Le endilga no haber cumplido con la parte del pacto reivindicatorio; pero, en el fondo, los dos le erraron al viscachazo. Ella creía que -a esta altura- todos los fiscales y jueces de Comodoro Py y todos los periodistas y medios que siempre fueron críticos se alinearían en un nuevo orden. Alberto Fernández descontaba lo mismo.


Unos pocos días antes de asumir, el Presidente electo dijo a varios periodistas: "Las causas contra Cristina no van a ser un problema. Los jueces se alienan solos. Se paran siempre a favor del viento". Fue un grave error de cálculo. Sin entrar en detalles técnicos, hay tres grandes razones que contradicen ese pronóstico fallido:

1.Aún bajo fuerte presión política, es casi imposible que un fiscal o un juez federal se desdiga de las resoluciones que tomó.

2. Aún con todos los inconvenientes del caso, las causas de corrupción contra la vicepresidenta están muy avanzadas, y es imposible volverlas para atrás.

3. La tercera razón es política. El Frente de Todos ganó con una diferencia de apenas 7 puntos y Mauricio Macri, lejos de subirse al helicóptero, obtuvo el 41% de los votos. Es más: todas las encuestas demuestran que cerca de la mitad de los argentinos verían con muy malos ojos que se anularan o desaparecieran los juicios por corrupción de la década kirchnerista.

Este estado de cosas es lo que explica la desesperación y la urgencia del equipo de abogados -cuentapropistas, mercenarios y caranchos- comandados por Carlos Beraldi, el defensor de Cristina y Cristóbal López, para armar causas contra quienes denunciaron e investigaron a sus clientes.

Las operaciones sucias no prosperan. Los testimonios judiciales de los falsos arrepentidos, exespías y militantes disfrazados de querellantes se van cayendo, uno a uno, por inconsistentes y delirantes.

Como si esto fuera poco, cuestiones como el brutal asesinato de Fabián Gutiérrez y la decisión de otorgar prisión domiciliaria a Lázaro Báez no hacen más que instalar en la agenda pública un tema recurrente: la enorme y compleja trama de corrupción que se empezó a destapar, de manera incontenible, desde la muerte del expresidente Néstor Kirchner, el 30 de octubre de 2010.

Es por todo esto que Cristina Fernández y Máximo Kirchner empezaron a desplegar sobre la mesa un plan más ambicioso todavía: "lastimar" a Alberto Fernández, despegándose paulatinamente de su administración para llegar a las elecciones legislativas del año que viene con un proyecto alternativo de poder, que contemple la presidencia de la Nación con un candidato propio.

Yo no los subestimaría porque son expertos en el arte de la superchería. Ya se las van a ingeniar para hacer oficialismo y oposición a la vez. Miento: ya mismo lo están haciendo. Manejan la mayoría de los ministerios políticos clave y las empresas que poseen cajas multimillonarias.

Además, avanzan con una reforma judicial que contiene, entre otras cosas, una enorme lista de nuevos fiscales y jueces cristinistas y el proyecto de ampliación de la Corte Suprema de Justicia.

Tienen el poder y el dinero, pero se reservan el derecho a veto de cada figura del Gabinete nacional y también, el derecho a criticar -como si fueran un partido de la oposición- las decisiones y medidas del Gobierno que ellos mismos integran y que tienen copado.

Tenemos una pequeña anécdota para contar. En el último aniversario del Instituto Patria, Oscar Parrilli dijo públicamente, sin ponerse colorado, sin repetir y sin soplar, que si el Gobierno hacía cosas con las que no estaban de acuerdo, iban a ser los primeros en criticarlos. Cuando se lo comentaron al Presidente, su primera reacción fue sintomática. "No puede ser. Habrás entendido mal", se ilusionó. Después le mostraron la declaración textual, suspiró, y lo minimizó: "Bueno: ¿Y qué esperaban? Estamos hablando de Parrilli". Pero Parrilli es Cristina.

Hebe es Cristina. Grabois es Cristina. Dady Brieva es Cristina.

La diputada nacional Fernanda Vallejos, que quería canjear ATP por acciones de empresas privada, es Cristina.

La senadora nacional Anabel Fernández Sagasti, que pretende expropiar Vicentin, es Cristina. Horacio Pietragalla, el secretario de Derechos Humanos que pidió la liberación de Ricardo Jaime y de Martín Báez, es Cristina.

Carlos Zannini, el que quiere que le paguen de manera retroactiva la jubilación al exvicepresidende Amado Boudou, condenado por corrupción, también es Cristina. La nueva responsable del Servicio Penitenciario Federal es Cristina.

Sergio Berni es Cristina. Los senadores nacionales responden a Cristina. Los gobernadores no se quieren enfrentar a Cristina.

Y Alberto Fernández no tiene fuerza ni ganas ni convicción como para ponerle límites a Cristina. En este sentido, la vicepresidenta cuenta con ventaja: no le importa nadie más ni nada más que ella misma. Ni el Covid-19, ni los ricos, ni los pobres, ni Alberto, ni la deuda, ni el peronismo ni la gente que trabajó junto a ella y la soportó durante años.




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