Hay muchas mentiras sobre los gauchos de Güemes

Los gauchos de Martín Güemes no montaban caballos pashucos: eran carísimos, mucho más que ahora. El que le decimos pashuco, el peruano, es un animal amblador, una manera de caminar moviendo y apoyando en el suelo la mano y el pie del mismo lado, al mismo tiempo. Lo que le da un andar suave.

Según el salteño Carlos Lecuona de Prat, “el caballo peruano no fue, de ninguna manera, el animal ideal que se necesitó para encarar la conquista como tampoco, posteriormente, para montar los ejércitos que guerrearon en las luchas por la independencia”. Los gauchos de Güemes no lo usaron en sus luchas por defender la frontera norte de la naciente Argentina.

Tampoco tenían un apero como el que visten los fletes de los jinetes que desfilan por las calles de Salta, cada 20 de febrero. Es una montura palangana, perdonando la expresión. Una carona inmensa, que impide los movimientos del animal, sumado al cuero graneado de riendas y cabezada, una lonja sin sentido en el pescuezo y un guardamonte para pasear donde no hay ni una mata de pasto, hacen un ensillado que da risa a los campesinos que saben de qué se trata el asunto.

De los gauchos podría criticar también la bombacha, que llegó a la Argentina muchos años después de fallecido Güemes, el sombrero aludo que en aquel tiempo no existía y el poncho colorado, invento de la década del 40 del siglo XX, pero para qué seguir haciéndome odiar.

Otro día hablaremos de los verdaderos gauchos, que jamás montaron un caballo, no saben lo que es un cabestro, una manea, la yapa del lazo y sin embargo lo son, mucho más que quienes se calzan botas y pañuelo al cuello. Para ser gaucho, como para ser argentino, no se precisa disfraz.

Juan Manuel Aragón

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