13/08/2020

Opinión

Cómo es eso de morir con la mente abierta

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Cómo es eso de morir con la mente abierta

En ocasiones me olvido de que estás muerto y te quiero preguntar qué se siente en ese momento, en el sanatorio, cuando te percatas de que te vas y nunca más vas a volver a estar en el mundo de los vivos. Sobre todo por la manera en que te miran los que van de visita en la terapia, con esos ojos de borrego que llevan al matadero. ¡Loco!, vos sos el que presumiblemente está por crepar, vos debieras estar triste y cariacontecido.

Quizás empiezas a percibir lo que hay del otro lado, cómo es eso de morir con la mente abierta, un tubo por la nariz, una aguja en el brazo, las lucecitas que titilan, ruiditos de los aparatos, quejidos de los otros pacientes y de repente el médico primerizo que hace guardia a esas altas horas de la madrugada que se alarma por uno, ¡vos!, porque has entrado en el círculo del que no se sale.

Pero has muerto y no lo vas a decir. O tal vez sí, en una de esas me lo estás explicando desde allá arriba, Cielo, Paraíso, Edén o como quiera que se llame.

Hay una teoría de uno que era cura y colgó los hábitos. Si el Cielo es la eternidad, no tiene ni pasado, presente ni futuro, porque el tiempo es una categoría mundana. Si es así, mi alma ya conversa con la tuya y con la del abuelo y el padre del abuelo y el bisabuelo y todos los demás hasta llegar al Hombre de Cromañón. Y también estoy con el alma de mis hijos, compartiendo ese otro, vamos a llamarle espacio, que no tiene tiempo, edad ni aguante.

Me pregunto qué estaremos diciendo sobre lo que ocurre ahora, vos sabes, los dramas que nos alarmaban como síntomas de que lo que ocurría eran más graves: el idioma manejado a su antojo por analfabetos. Suponen que el remedio para paliar los males de la educación es acentuar la falta de buenas lecturas y cierto palurdismo instalado como moda chistosa en ámbitos que solían ser más serios.

Capaz que no es verdad que existe un Cielo, pienso con angustia. Porque en ese momento, cuando el sonido de los relojitos de la sala de terapia intensiva se comenzó a hacer cada vez más y más tenue, antes de que el universo se pusiera definitivamente negro, es posible que te hayas dado cuenta de que no había nada del otro lado de la puerta. ¡Nada!, ¿oyes?

Y qué angustia, ¿no?

Juan Manuel Aragón                   

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