16/10/2016

El mundo

La presencia de abejas en el ártico son un signo del cambio climático

Aunque son los polinizadores más importantes, no se sabe lo suficiente sobre ellas y su comportamiento.
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El derretimiento del hielo del mar y el aumento en su nivel afectan las costas.

Cien millas al norte del Círculo Polar Ártico dos mujeres miran atentamente una reina abeja que zumba en un tubo de plástico. “¡Creo que es el abejorro más grande que haya atrapado en mi vida!”, dice Kristal Watrous. S. Hollis Woodard ve el premio y dice: “¡Es el abejorro más grande que haya visto en mi vida!”.


Woodard, profesora adjunta en la Universidad de California; su gerente de laboratorio, Watrous, y un pequeño equipo de jóvenes académicos salieron a averiguar sobre las abejas del Ártico, el experimento más avanzado del planeta referido al cambio climático. El derretimiento del hielo del mar y el aumento en su nivel afectan las costas. Los veranos más largos y más calientes están cambiando la vida de las plantas en el interior, y están destinados a afectar la vida de los insectos.


Sucede que, aun cuando las abejas son, con mucho, los polinizadores más importantes de las plantas de las tundras, no se sabe lo suficiente sobre ellas y su comportamiento para detectar el cambio cuando ocurra. Eso es lo que el equipo espera remediar en Chandalar Shelf.


El sitio se encuentra a la sombra de picos montañosos tan escarpados que parecen hachas recién elaboradas en la Edad de Piedra. Es el tercer día del grupo en el campo, pero para mí es mi primero. Jessica Purcell, profesora adjunta en el departamento de entomología, cuenta que dos días antes en el Círculo Polar Ártico “no podías sacudir una red sobre una flor sin atrapar una abeja”. Ella y su esposo, Alan Brelsford, ambos novatos en el tema, atraparon 40 cada uno. “Tuvimos que soltar algunas”, comentó Brelsford. "Pero al llegar yo las abejas no son tan numerosas y los buscadores se empeñan en su labor cual hermanos buscando huevos de Pascua: corren, brincan y sacuden redes de mano gritando: “¡Abeja!” o “¡Atrapé una!”. Las meten en tubos de plástico y se las dan a Michelle Duennes, investigadora de posdoctorado en el laboratorio de Woodard, para que las identifique. Al ver las abejas, resbalan de su lengua nombres de especies como si fueran ingredientes en una poción de Hogwarts. Silvícola. Neoboreus. Balteatus. Todos abejorros, todos en el mismo género resonante, el Bombus".


El equipo se alista para seguir adelante. Todos tienen menos de 40 años. El viaje se financia con una subvención universitaria para fomentar la colaboración entre los jóvenes científicos. No habían estado juntos en el campo, pero con las subvenciones disponibles -cuentan- se preguntaron: “¿cuál es la cosa más loca que podríamos pensar en hacer?’. La respuesta está a la vista. Para Woodard, además, es la posibilidad de expandirse más allá de su estudio de las proteínas en el cerebro de las abejas. “Realmente, me inclino al laboratorio, pero estoy tratando de salir más”, reconoce.




Los abejorros


Los abejorros son las únicas abejas que viven en el alto Ártico. “Son los pandas del mundo de los insectos”, los describe Woodard. Hay 250 especies, una pequeña fracción de las 20.000 especies de abejas que hay en el mundo. Estudios genéticos indican que aparecieron en la planicie tibetana, donde todavía se encuentra la mayor variedad. Sin embargo, se han propagado por todo el Hemisferio Norte y a Sudamérica. Son insectos sociales, pero en general las colonias duran solo una temporada. A medida que se avecina el frío, mueren las obreras, la reina y los zánganos. Solo las hembras fértiles que se han apareado -las reinas en espera- buscan refugio bajo la tundra, donde sobreviven en estado de letargo. En la primavera, emergen para comenzar todo el ciclo de nuevo.


Se han adaptado a la oscuridad y al frío del invierno que se hunde a 60 bajo cero y, luego, a la explosión de crecimiento y a la polinización bajo el sol de medianoche en el verano.


Esa es la razón por la que los investigadores están en la carretera Dalton. Ya son obvios algunos cambios en el clima. Los sauces se están propagando hacia el norte, a donde solo plantas bajas y líquenes de la tundra habían vivido antes. Los alces siguen la marcha de los sauces.


Habrá otros cambios. Por ejemplo, es posible que lleguen nuevas especies de abejas para competir con las que se adaptaron a las viejas condiciones. Y existen huecos en el conocimiento de las abejas árticas que es necesario llenar.


La estrella


Una abeja domina las búsquedas y las conversaciones, la Bombus polaris. Hay otras en el Ártico, pero el polaris sobrevive más cerca del Polo Norte que cualquier otra abeja. Se ha adaptado tan bien al frío que si hace temblar sus músculos, puede elevar su temperatura interna a más de 95 grados Fahrenheit cuando afuera está a 32. No solo se mantiene caliente para volar. Heinrich indicó en su investigación que una reina de primavera calienta sus ovarios para empezar la producción de huevos que se fertilizarán con el esperma almacenado en su cuerpo desde el otoño.


Búsqueda infructuosa


Al terminar el día en Chandalar Shelf nadie ha encontrado alguna abeja que puedan identificar como polaris. Cada abeja capturada está en un tubo de plástico, y Duennes les echa aire comprimido, que las aturde. Les quita las entrañas para poder averiguar, luego en el laboratorio, qué bacterias y virus albergan. Luego las coloca en una solución que las preserva para realizar estudios genéticos. Por último, mete los cuerpos de las abejas en etanol.


Al día siguiente llegamos a la base Toolik Field, que opera la Universidad de Alaska en Fairbanks, un remoto puesto de avanzada científico con dormitorios, letrinas, duchas, cafetería y laboratorios. También tiene un sauna, a la orilla del glacial lago Toolik.


Sin embargo, las abejas desaparecen con el lujo. Científicos en Toolik dicen que a principios del año hubo varias grandes tormentas de nieve con lapsos calientes en medio, que arrasaron los intentos de anidación de aves migratorias, ahogaron los nidos, y congelaron los polluelos y los huevos. Algo similar pudo haber pasado con las abejas.


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La primera


Poco después Duennes identifica la primera Bombus polaris. En realidad, una vez que termine el viaje y los investigadores hagan las pruebas genéticas en la Universidad de California se constatará que, en el camino, habían hallado más de 40 ejemplares, pero todavía no lo saben.


La primera fue un regalo. Una investigadora que estaba usando una red de malla fina para capturar aves también atrapó abejas por accidente. Con gusto entregó más de dos docenas.


Pero las abejas han estado en una caja de cartón y se les apelmazó la pelambre, lo que imposibilita ver las marcas del color que las identifican. Duennes y Watrous montan entonces un salón para arreglarlas en una parte de atrás del edificio de recreación de la estación.


Primero las lavan con agua y jabón. Luego, las enjuagan y las meten en etanol. Las secan con toallas de papel y separan los vellos con las esquinas de las toallas.


Tengo la dicha de ser testigo de las transformaciones y de ver la sonrisa de Duennes cuando, sosteniendo una de las abejas restauradas, dice, con voz caricaturesca: “¡Me siento como una abeja totalmente nueva!”.


En un salón cercano, Woodard y los otros tres profesores planean la aplicación de la subvención que saldrá de este viaje, una búsqueda del Bombus polaris que esperan que lleve a algunos de ellos a Groenlandia y a la Isla Ellesmere.


La identificación


Los abejorros “al natural” pueden tener muchas combinaciones de colores, amarillos, marrones, negros y rojos, y solo los expertos son capaces de distinguir una especie de otra. En algunos casos, hacen falta un examen microscópico de los genitales del macho o un análisis del ADN para proporcionar una identificación definitiva.


Sin embargo, una abeja restaurada tiene en el costado un color oscuro en una franja amarilla que la delata. Duennes y Watrous la comparan con las ilustraciones en la guía, pero no dirán lo que piensan hasta que no llegue Woodard a examinarla.


Mientras esperan que Duennes coloque filas de abejas para hacer su prueba improvisada de la Bombus, yo aprovecho para descansar; aún nos espera el largo camino hacia la bahía de Prudhoe, y uno más largo de regreso.


Pero cuando Woodard toma la abeja correcta de entre la fila, Duennes se regocija: “¡Estoy casi segura de que es una polaris!”.


Después de considerar meticulosamente cada posible objeción a la identificación, hay veredicto. Todos en el grupo levantan una copa a la salud de Duennes y brindan: “Abejas extremas, personas extremas”.





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