08/12/2020

Opinión

La prepotencia de la música a toda hora y en cualquier lugar

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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La prepotencia de la música a toda hora y en cualquier lugar

Por las dudas aclaro de entrada, no tengo nada contra la música, contra ninguna. Es un arte con el que muchos se ganan la vida honradamente y ojalá sigan así. Lo reconozco, algunas piezas me gustan más, otras menos y otras nada. Para todo el mundo será lo mismo, quiero creer.

Entiendo a los directores de películas poniendo en medio de la cinta, una melodía llamada “de fondo”, para ambientar escenas, de otra manera quizás poco entendibles. Una mujer caminando sola por una calle no dice nada, pero unos acordes adecuados le dan el tono de algo ominoso: algo sucederá en cualquier momento. “Tiburón”, sin John Williams es inentendible, lo mismo “El Golpe” sin Scott Joplin, entre otras muchas, por supuesto.

Claro, entiendo la música en las películas. Es decir, voy al cine, compro una entrada y pochoclos, luego me siento en una butaca, frente a la pantalla con la patrona al lado. O me siento en el sillón de casa, enciendo la televisión y me apresto a ver una de amor, de miedo, de vampiros, de soldados, de lo que sea.

Pero no comprendo por qué, si voy a la casa de un amigo, debe poner música de fondo. Oye, ¿por qué fondo?, ¿acaso nos están filmando? No estamos en una película, quiero verte, conversar de algo, mostrarte una foto, un libro, cualquier otra cosa, pero no quería oir a la Mona Giménez ni a Nicolás Rimsky-Korsakov.

“¿A vos no te gusta la música?”, pregunta con cara de bobo. Sí me gusta, obviamente, pero no en todo momento, en cualquier lugar, por cualquier motivo. De última, si vas a poner chamamé, mandale el volumen al mango y no hagamos otra cosa más que oir a Antonio Tarragó Ros. Después apagá el aparato y te cuento a qué venía.

“Pero la pongo despacito”, dice de nuevo el bobalicón. No es eso, viejo, ¿no ves que el mundo entero anda enfermo de contaminación sonora?, ¿no sientes cómo se filtra hasta aquí el ruido de los autos en la calle, los gritos de la vecina? “Sí, pero eso es otra cosa”, sostiene ahora con su mejor rostro de estúpido. Claro, che tonto, por eso no quiero agregar otro ruido más al de todos los días.

Le cuento. Hace mucho vivía en otra casa. Los vecinos de enfrente no solamente oían música, también sacaban sus inmensos parlantes a la vereda así el barrio supiera del poderío de sus decibeles. Una siesta les fui a reclamar. Dijeron que no lo bajarían.

Listo, volví a casa. Hablé por teléfono con un amigo, un pinchadiscos de las fiestas y lo contraté para la noche del domingo al lunes, durante seis horas. También hablé a tres amigos que supieron ser guardaespaldas de un político.

Y a eso de la una de la madrugada, largamos con lo mejor de Beethoven, los parlantes mirando al vecino y nosotros tomando cerveza, sin camisa, en reposeras, disfrutando de una picada de queso, mortadela, milanesa, salamín.

Al rato nomás salió un vecino. Mandé a mis amigos a charler con él. No sé qué le dijeron, pero se mandó a mudar. Después vino otro, lo mismo. Como a las dos y media de la madrugada salió, furioso, el del frente. No sé qué le dijeron, pero volvió a su casa mirándome de manera torva.

No me importaba nada. De todas maneras, a la semana me mudé a otro barrio.

El otro día me topé con un viejo vecino y aproveché para preguntarle cómo había terminado aquello. Dijo que durante unas cuantas semanas, los domingos y fiestas de guardar, a la siesta, la cuadra era una tumba, con todos durmiendo la siesta a pata suelta los domingos, haciendo tiritar los catres, oyendo el zumbido de las moscas.

Oiga, si necesita curar a alguno, le paso el teléfono del amigo con equipo de música y también de los guardaespaldas, los va a necesitar.

No son caros. Si me nombra le harán una rebaja.

Buenos muchachos.

Juan Manuel Aragón                   

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