12/12/2020

Opinión

La Navidad no era una celebración, recargada, pesada, con ritos incomprensibles

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
La Navidad no era una celebración, recargada, pesada, con ritos incomprensibles | El Diario 24 Ampliar (1 fotos)

La Navidad no era una celebración, recargada, pesada, con ritos incomprensibles

La Navidad era otra cosa, al menos cuando éramos chicos. Con el tiempo se fue complicando, le agregaron tradiciones, ahora es una celebración barroca, si me permite la expresión, recargada, pesada, repleta de ritos incomprensibles, repetidos año a año. Muchos dicen que la ven como una pesada obligación, pero pocos se animan a desacatar las órdenes perentorias que bajan los comerciantes, sacerdotes consagratorios de la fecha.

Antes el 24 se trabajaba normalmente, nadie pedía franco, asueto o feriado, pues ese día no pasaba nada. El 25 no se trabajaba, a la mañana se abrían los regalitos que había dejado el Niño Dios junto al pesebre, luego se iba a misa, al mediodía era el almuerzo en familia con una comida rica, pongalé pollo al horno, algún sanguchito y eso era todo.

Había un turrón para quien le gustaba, pan dulce, alguna sidra, un champán a lo sumo, y pare de contar. La fiesta con tiros, líos y cosha golda era el Año Nuevo, celebración de los amantes del almanaque cual figura señera de la vida mundana. Claro, los celebrantes de esta fiesta laica quizás ignoran que el calendario, tal como se conoce, con 365 días, 54 semanas, 12 meses, fue ideado por el catolicismo. Poco les importa, pisotearán lo que fuera con tal de despojar de su dinero a la pobre gente.

La Navidad no tenía Papá Noel en ese entonces, una rareza festejada solamente por algunos porteños. ¿Qué teníamos que ver, aquí en el norte, con un tipo abrigado hasta el upiti en pleno verano? Todavía recuerdo a una tía abuela, cuando dijo: “No se preocupen por ese Papá Noel, ya va a llegar, nos encanta copiar las modas de otros lados”, dicho y hecho. Todos los 15 de diciembre, con 40 y pico grados a la sombra de los algarrobos, empiezan a aparecer en el centro de nuestras ciudades, sudando la gota gorda, tocando un cencerro, hechos una yegua madrina, pobres changos, quizás por tres pesos sucios.

Tampoco había cohetes, estrellitas, cañitas voladoras para esta fiesta. Oiga, estábamos felices, nos había nacido un Salvador en un humilde portal de Belén, justo en la madrugada del 25, cuando dormíamos. Las alegrías de entonces eran en silencio, nos esperanzaba un niño tan pequeño, tan pobre, tan desamparado, llegando para ser Rey entre los reyes de la Tierra y salvarnos del pecado. Mostrábamos nuestra satisfacción quizás cantando algún villancico ese 25 a la noche, yendo de casa en casa. Si su hijo se recibe de abogado, contador, ingeniero, su regocijo es íntimo, no tiene por qué andar a los alaridos, emborrachándose, tirándose tarros de pintura o prendiendo cohetes para festejar. Usted no es un salvaje y tiene educación, ¡caramba!

La Pascua se celebraba el domingo a la mañana, luego de la resurrección de Nuestro Señor y la Navidad era el 25 de diciembre. ¿Quién iba a organizar una comilona con beberaje antes del nacimiento?, no se festejaba por anticipado o a cuenta. La noche del Sábado Santo, Jesús seguía muerto y la noche del 24 de diciembre, la Virgen y San José andaban buscando un lugar: el momento de parir estaba llegando y no querían que sucediera a la intemperie, con semejante frío y nieve.

El frenesí de compras desatado por un acontecimiento religioso es un contrasentido desde cualquier punto de vista. Como si antes de rezar al Padrenuestro fuera obligatorio hacer una reverencia al mundanal ruido, tomando una Cocacola, comiendo una galletita Bu—bú o tirando un rompeportones contra la pared del fondo. A quién se le ocurre, ¿no?

La Navidad ahora la hacen empezar al menos un mes antes con los festejos de los compañeros de trabajo, los amigos de la infancia, los muchachos de la secundaria, los proveedores de la empresa, los clientes del curro de la tarde, los contertulios del café, los primos que no se ven nunca. El aguinaldo se destinará íntegro a hacer compras para los chicos, el árbol de Navidad de plástico con lucecitas de colores será infaltable, lo mismo los fiambres, cantidades industriales de mayonesa, gaseosas, vino, pan de miga para los sánguches, pollo, lechón, cabrito, peceto (o como se escriba) para el vitel toné, empanadas, quipis, ropa nueva, por supuesto, porque para recordar la pobreza hay que ponerse las mejores pilchas, en fin.

¿Quiénes harán un alto para reflexionar en esa señora humilde y su marido, peregrinando por Belén, sin conseguir un rincón para tener el hijo que estaba por llegar?, ¿alguien saldrá a buscar por las calles, otra mujer en una situación parecida para darle cobijo?, ¿alguien recordará la angustia del hombre, rebuscando un rincón en un pueblo desconocido?

Como en Cuaresma, a los chicos de antes, los grandes nos pedían un sacrificio para ir acostumbrando el cuerpo a una religión hoy acatada por muy pocos. Si hasta hay curas que, a voz en cuello, por los diarios, niegan el Pecado Original y por lo tanto la redención, sostienen que la Navidad no ocurrió el 25 de diciembre (chocolate por la noticia), dicen que el pesebre no era pesebre, los pastores no andaban ni cerca, no hubo estrella, los Reyes Magos no eran magos, los milagros no eran milagros y los Santos Inocentes, si los hubo, eran tres o cuatro y fueron bien muertos: si hay una ley, entonces debían matarlos, no quedaba otra.

De todas maneras, para ellos, para usted y su familia, la de su vecino y el vecino del vecino y todo el resto del mundo, crea o no crea, le guste o abomine de nuestra religión, sea creyente o ateo, habrá nuevamente un niño naciendo en Belén, este 25 de diciembre, tempranito.

Ya van a ver.

Juan Manuel Aragón                   

Leer más notas de Juan Manuel Aragón




Recomienda esta nota: