10/03/2021

Opinión

Breve referencia inútil sobre los nombres raros

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24).
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Breve referencia inútil sobre los nombres raros

Los nombres de antes eran corrientes, quizás estaban revestidos de la elegancia de la humildad, de la seguridad provocada por saber que todo era como debía ser. Los varones eran Pablo, Antonio, Sebastián, Ernesto. Las mujeres, Graciela, Inés, Estefanía, Celia. Cristianos, en general.

Los negocios eran “Casa Rosa”, almacén “El Luchador”, mayorista “Viuda de Altamirano & hijos”, quiosco “María Marta”. No se buscaba la sorpresa sino entablar una relación de cercanía, sentirse en la despensa “Roma”, como en casa ver a los dueños cual parientes.

Con las calles, algo similar. Unos objetan la Garibaldi por masón y enemigo de la Argentina, a otros no les gusta la Roca y los de más allá le tienen tirria a Urquiza. Pero mudarles el nombre es una molestia inútil y onerosa para sus vecinos, como pasó en la Juárez Celman cuando la transformaron en Alem, en Santiago o a la Rivadavia (hoy Virgen de la Merced) en Tucumán o Juan Domingo Cangallo en Buenos Aires. Para homenajes vaya, haga un barrio, una ciudad, una megalópolis y nómbrela como quiera, pero no toque los carteles actuales, por favor.

Antes las enfermedades también eran comunes: escarlatina, viruela, sarampión, varicela. Ahora sus nombres son risibles: coronavirus, dengue, chincunguña, zica. ¡Oiga!, parece que las bautizó un loco, jugando a mezclar sílabas sueltas.

Usted dirá: no importa cómo se llaman las cosas, sino su esencia, su utilidad. Y tiene razón. Pero quienes lo afirman con más énfasis andan desesperados queriendo cambiar el nombre de las calles, se ofenden por las estatuas de la gente de antes, incendian iglesias casi siempre católicas. Pelean por algo, uno no sabe qué es. Y ellos tampoco.

Juan Manuel Aragón                   

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