20/08/2018

Tucumán

por Juan Manuel Aragón

Lo invisible en dos ruedas

Es otro personaje fundamental de la fauna rodante por las calles de cualquier ciudad.
Lo invisible en dos ruedas | El Diario 24 Ampliar (1 fotos)

Contrariedades y placeres de recorrer la ciudad en dos ruedas.

Soy el invisible, el que no sabes si va adelante y tampoco ves por el espejo retrovisor si viene detrás. Soy el que, en el caótico tránsito de la ciudad, se mete por el lugar imposible, hace la maniobra más inaudita, se sube a la vereda, baja y pasa por el medio de dos vehículos como un viento oscuro y anónimo.

Soy el ciclista.

Los otros conductores son gente con nombre y apellido, viven en alguna parte, tienen hasta un número de documento y son abogados, empleados, contadores, médicos, vendedores, buscavidas, municipales, gremialistas, remiseros. Cuando me choques, por una imprudencia tuya, mía o de los dos, en los diarios estamparán tu nombre completo y a mi me nombrarán quizás como “un ciclista en estado de ebriedad”, porque para los automovilistas siempre ando en pedo. Cuando sufro un accidente de tránsito, se supone que iba tomado, siempre, porque lo único que hacemos de nuestra vida los ciclistas, es chupar vino, en cajita por supuesto. Vos serás el del Megane azul, el del Fiat Palio, el de la Toyota blanca, marcas que dan lustre a tu apellido. En cambio yo nunca dejaré de ser “el ciclista ese que se me cruzó”, sin nombre ni dirección ni ocupación conocida. Ciclista.

Si te apeas, miras por el espejo retrovisor, para ver si viene un auto, una moto, un camión. Cuando soy yo, no te fijas, abres nomás la puerta y me pides que haga la imposible maniobra de gambetearte a lo Messi, a lo Maradona, si puedo. Casi siempre te esquivo. Casi. Porque a veces abres la puta puerta cuando me faltan dos metros para llegar y me termino haciendo pupa. Si ves que me levanto, aunque sea maltrecho, ni siquiera me preguntarás cómo estoy. Dirás: “Discúlpame, no te he visto, amigo”, te fijarás si te he rayado la pintura y seguirás tu camino. Yo enderezaré el manubrio y trataré de continuar, magullado, golpeado, con el hombro doliéndome y el pantalón con la rodilla hecha hilacha. Para los automovilistas no tengo piel, me recubre una capa de cuero, como los animales, por eso no hay que preocuparse por mí.

Reconozco, eso sí, que las leyes de tránsito no han sido hechas para nosotros. Apenas agarré una bicicleta y me largué a pedalear, sabía que no me iba a ver el automovilista, que el peatón tampoco nota mi presencia y para los agentes de tránsito directamente no existo, no soy, no toma nota de que he pasado un semáforo en colorado, voy de contramano por una calle o agarro la vereda como pista de entrenamiento de la doble Bragado. La de los agentes de tránsito es una ceguera general, porque a vos, aunque vayas en un semerendo auto, tampoco te ven si estacionas sobre la senda peatonal, si andas a toda velocidad en una calle del centro o si estacionas en doble fila, total “es un segundito nomás”, le dices al agente mientras te bajas a tomar un café con los amigos. Y miles de otras infracciones que, puestas en la balanza son mucho más peligrosas que las que fabrico yo. La diferencia es que, al menos tengo una explicación y es que la invisibilidad me obliga a agudizar el ingenio para conducir por esta ciudad caótica y repleta de prójimos sin prójimos.

No soy el que pedalea en el parque, elegante, con atuendo deportivo y quizás un casco de esos que vienen especiales para ciclistas y con una “Mountain Bike Alumninio Top Mega”, de quince lucas, con asiento tapizado, anti prostático y quichicientos chirimbolos cromados, para hacer gimnasia lunes, miércoles y viernes, como te recomendó el personal trainer de tu señora. Ando en bici porque no me da el cuero para una motocicleta y menos para un auto, ni siquiera un Renault 12 usado, toda la vida remís, nunca particular. La uso para ir al trabajo, salir de compras o ir a mosquetear a los barrios, a ver qué pasa. No es una con cambios, asiento ergonómico y caño reluciente. La mía está algo oxidada y medio sucita, porque me da un poco de fiaca andar limpiándola, además la chaveta hace ruido y debo tener cuidado con la rueda delantera pues —no sé por qué— desde hace un tiempo se vive desinflando. Quisiera que fuéramos más los ciclistas en la ciudad, como antes. Pero hay muchos barrios nuevos, casi todos quedan de la Loma del Diablo, tres kilómetros más adelante. A esa gente el centro le queda a una hora de viaje en colectivo y por eso se compra una moto, es lo más cómodo, si se lo piensa bien. Nadie quiere una bicicleta si va a Maxihogar o a Las Malvinas, con el documento y el último recibo de sueldo y al ratito te dan una moto reluciente, con la primera cuota a pagar en enero del 2019.

¿Yo, pregunta? Voy a seguir en mi bicicleta, mientras me dé el cuero para seguir pedaleando. Usted, si puede, uno de estos días, en cualquier esquina de la ciudad, observe bien, va a ver que tengo un solo defecto, soy ciclista, en el resto soy igual de gente que cualquiera. En serio, olvídese de la gorra vieja que llevo y va a ver que parezco humano, miremé. ¿Ve? ©JuanManuelAragón




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