12/12/2019

Opinión

Homenajes a los muertos

Escribe Juan Manuel Aragón (Especial para El Diario 24, de Tucsolandia).
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Homenajes a los muertos

Dicen que los homenajes hay que hacerlos  en vida: es una de las mentiras más grandes que existen. Los homenajes son para los muertos, a los vivos denlén trabajo, si es bien pagado, mejor. ¿Para qué quieren una constancia los creadores, los artistas, los grandes músicos, quizás desconocidos  para la mayor parte del público? Todavía se recuerda la anécdota de Atahualpa, a quien una noche invitaron a un asado. “Traiga la guitarra”, le pidió la dueña de casa. “Ella no come carne”, fue la respuesta del magistral vate bonaerense, que además tenía su caractercito, no vaya a creer. Otra. Dicen que estaba en la casa de los hermanos Díaz, en Santiago. Y que por ahí llegó un doctor. Los presentaron, el doctor Fulano, Atahualpa Yupanqui, encantado. El otro lo miró y le dijo: “A ver, toque algo”. Atahualpa respondió: “Hace tres días que estoy  de visita en esta casa y todavía no he pedido nada, usted acaba de llegar y ya está molestando con solicitudes”. O el santiagueño (bueno, bandeño), Carlos Carabajal, padre de Peteco, que lo invitaron a un homenaje que le iban a hacer en su ciudad natal. “¿Qué hago con el papelito?”, preguntó.

¡Claaa…!

Hay muchas anécdotas. En verdad los homenajes, las estatuas, los nombres  de calles o de lo que fuere, deberían ser para cuando el tío se muere, para no dar la mala impresión de que uno estaba tan desesperado por verlo crepar, que fue ganando tiempo para no andar después a las apuradas con ese trámite. Y porque queda para el or… zuelo que, supongamos Juan Gómez camine por la calle Juan Gómez, algo que no le dieron en vida ni a José de San Martín, que seguramente hizo más por la Argentina que cualquiera.

Eso de rendir homenajes en vida son cosas de viejas, frases hechas, macanas para llenar el tiempo en una conversación del café. Además  lo dice gente que cree que la democracia es la mejor forma de gobierno, olvidando que los homenajes son una  creación del feudalismo. Era “el primer paso de la ceremonia de investidura por la que se establecía un vasallaje”, según recuerda una enciclopedia de internet.

“Se realizaba en un lugar específico, la torre del homenaje del castillo del señor. Consistía en una doble promesa verbal y gestual, ante libros o reliquias sagradas,​ mediante una serie de gestos muy ritualizados y codificados: el vasallo se arrodillaba,​ colocaba sus manos en posición vasallo y declaraba: «Je deviens votre homme» («Me hago vuestro hombre»).​ El señor cerraba las manos sobre las de su vasallo en señal de aceptación (inmixtio manum -apretón de manos-),​ y se daban un beso (osculum).”​ Wikipedia dixit.

De todas maneras no está mal  que alguno diga: “Che, a Juan Gómez tendríamos que hacerle un homenaje antes de que se muera”. Es como para que el hombre sienta que ha hecho algo bueno, con las ciencias, las artes, la robótica o al menos con la guitarra criolla o la pandereta al menos. Pero hasta ahí nomás hay que llegar, lo otro sería una desagradable  seguidilla de alabanzas, delante de uno que —repetimos— todavía no se ha muerto y no piensa morirse en breve, si Dios lo ayuda.

Hablando de todo un poco. Llegan las fiestas y nadie ha invitado al autor de estas notas a ningún festejo findeañero a hacer el brindis correspondiente. Será porque es un cronista de los llamados “free lance”, especie de francotirador del periodismo, de los que se hacen odiar parejito, por todo el mundo. Será porque debería aprender a escribir antes de aporrear la máquina, vaya a saber.

De todas maneras, si hay tinto, mejor. Digo, pero quién sabe.

©Juan Manuel Aragón




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