08/01/2020

Opinión

El mal de la educación argentina

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24, del país del alfeñique)
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El mal de la educación argentina

Hay un mal de la educación argentina que quizás no hemos advertido hasta ahora, ocupados en ver el árbol del analfabetismo total que crece día a día entre los que llegan a quinto año de la secundaria. En las escuelas en que, más o menos los chicos leen alguito, hay una falta de coincidencia entre lo que dicen las maestras y lo que realmente creen o piensan, algo que finalmente los alumnos advierten, llevándolos a su vez a descreer en el resto de la instrucción que imparten los docentes argentinos.

Veamos.

En diferentes tiempos del siglo XIX y por causas también distintas, Tomás de Iriarte y José María Paz escriben sus memorias. Es curioso, pero estos dos actores de la vida nacional tienen una coincidencia: ninguno describe los paisajes que les toca mirar durante sus, casi siempre, accidentados periplos. Ambos recorren gran parte de lo que era la Argentina entonces, pero las montañas azules, los campos desolados, las grandes llanuras, los ríos límpidos no les llaman la atención más que para describir, en contadas ocasiones, los accidentes geográficos de una batalla o comparar unos pocos lugares. Pero en poco tiempo, la percepción del mundo que rodeaba a la gente del tiempo, iba a cambiar de manera radical. Esteban Echeverría, en “La Cautiva”, es el primero en introducir el paisaje, en unos versos horrendos que todavía hoy hacen estudiar a los alumnos de los profesorados de literatura. En la secundaria, algunas profesoras también pretenden que los alumnos estudien el poema, tal vez con el secreto designio de que luego odien la poesía. La Cautiva empieza diciendo: “Era la tarde, y la hora // en que el sol la cresta dora // de los Andes. El Desierto // inconmensurable, abierto, // y misterioso a sus pies…”. Para qué seguir, ¿no?

Varios años después, José Hernández publica su Martín Fierro, en el que sigue con la antigua tradición literaria de no situar a sus personajes en el paisaje, sino que más bien lo da por conocido y se concentra en el relato. Con palabras magistrales sí describe a los indios, quizás porque se da cuenta de que estaban por desaparecer, junto a las crueldades que practicaban en sus tolderías. Es tan magistral el relato que, en honor al autor luego se conoce como “sextina hernandiana” el poema de seis versos octosilábicos, en que el primero no tiene rima, pero el segundo lo hace con el tercero y el sexto, mientras el cuarto rima con el quinto. Los que saben de literatura lo resumen en “abbccb”.

No vamos a hacer la crítica de ninguno de los dos poemas, más allá de dejar sentado que ese Echeverría publicó un espantoso bodrio, ilegible para un muchacho de la secundaria. Mientras las profesoras pedían que se lo leyera entero, los alumnos estudiaban su argumento en resúmenes que pasaban de mano en mano. La curiosidad es que aunque se daban cuenta de que no lo habían leído, igual los aprobaban.

La pregunta sería, ¿por qué las maestras perdían el mismo tiempo enseñando autores que eran un bodrio, que otros que eran valiosos, como el autor del Martín Fierro?, ¿a qué se debía tanto empeño en que supiéramos que había existido un Esteban Echeverría en vez de dar a conocer los antecedentes del poema de Hernández, que jamás se enseñaban o la profusa crítica a su obra o su vocabulario?

Quizás la razón haya que buscarla en el liberalismo, que inventó próceres a la historia argentina y le impuso réprobos; que pintó de blanco inmaculado lo que le convino e hizo escupir las imágenes de quienes no convenían a su particular visión de la política. Por eso, Echeverría, un lechuguino y Juan Bautista Alberdi, un abogado que consiguió su título dudosamente, tienen estatuas y nombres de calles, de pueblos enteros, a pesar de que su aporte a la literatura sea dudoso y sesgado. Ya se sabe que Alberdi escribió las “Bases…”, para justificar el capital inglés como factor de progreso en la Argentina, justamente cuando era… abogado de ferrocarriles ingleses en Chile.

La misma maestra que enseña sobre Echeverría, se da cuenta de lo que está haciendo, pero es tan fuerte la persistencia institucional de la escuela sobre la cabeza de los argentinos que, si un alumno osa decirle algo de esto, es posible que lo mande amonestado a la dirección.

Esta falta de coincidencia entre lo que enseñan los profesores y lo que saben o piensan, es quizás uno de los mayores males de la instrucción en la Argentina, más grande talvez que el propio analfabetismo. Cuando solucionemos ese pequeño drama que afecta nuestra educación, quizás consigamos, con la verdad en la mano, enseñar a leer con más eficacia, diciendo a los alumnos que se debe dudar de todo, no solamente de lo que a cuatro cinco pícaros, disfrazados de pedagogos, les viene conviniendo desde hace un siglo y pico.

©Juan Manuel Aragón

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