19/01/2020

Opinión

Declaramos a la siesta como un acto de resistencia nacional pacífica

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24, de Tucma town).
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Declaramos a la siesta como un acto de resistencia nacional pacífica

La siesta es un acto de fe. Si me apuran, diría que en sí misma lleva una profunda convicción religiosa. Y si todavía me rascaran un poco más el cerebro, afirmaría sin dudarlo que es católica, apostólica y romana qué tanto. Como lo sabe cualquiera, los términos “católico” y “usura”, se repelen mutuamente, como “ciclista” y “perro” o “piojo” y “uña”. Los católicos, si prestan dinero con interés están excomulgados por la Santa Religión. El trabajo es la única fuente de fortuna, dicen los sabios teólogos desde la Patrística en adelante, el dinero, el vil metal, no puede generar riqueza por sí mismo. Es inmoral, agregan. Dormir la siesta, entonces, constituye un acto de rebeldía contra el mundo moderno, edificado sobre las bases del interés sobre el capital o —peor aún— del interés sobre el interés. O alguna de esas otras operaciones matemáticas con que el mundo se regodea haciendo trabajar a la gente de las naciones pobres para que pague la deuda que contrajeron los ricos de su mismo país, sabiendo que no la van a pagar… a menos que los mismos pobres se sacrifiquen laburando por unos pocos peniques, obvio.

Eso de “honrar” las deudas, dicen los católicos, es un eufemismo de los usureros. Las deudas de dinero se pagan. Las deudas de juego se arreglan. Las deudas del campo del honor se lavan. Las deudas del pecado las perdona solamente Dios. Y las deudas de los favores recibidos de los amigos o del desconocido que tendió una mano en un mal momento, esas sí se honran. ¿Cómo? De miles de formas, menos con dinero, que es de mal gusto.

La siesta es un acto de rebeldía de todo un pueblo, cuando sus autoridades quieren que trabaje día y noche sin descanso para pagar el dinero porque él u otros gobiernos tomaron deuda para dar la razón a quienes creen que el liberalismo es la panacea para todos los males. Y no lo es. Pero con la platita prestada no hacen más que jugar a la timba financiera de las anotaciones en los libros de lo que nunca entró en el país, pero si hacemos de cuenta que lo recibimos, luego pagamos en serio y el Primer Mundo nos recibe con los brazos abiertos porque somos del club de los obedientes. Hace poco terminó un gobierno experto en esos tejemanejes.¿Vos quieres que me sacrifique y sufra y sude laburando para pagar tus experimentos de una República contra natura, inventada por vos? Mirá lo que hago con tu deuda,se mofan miles de habitantes del norte pencoso y caliente de la argentina. Y sabiendo que los palos de la policía no llegarán hasta sus dormitorios, se dan a la dura tarea de dormir la siesta, pidiendo que se haga agua el picolé, la achilata o el kibón, según sea la provincia que habitan.

La siesta que vale no es media hora apoyando la cabeza sobre el escritorio ni recostado, con la ropa puesta, en el sillón del living ni sentado en la mecedora con la cabeza con tortícolis. La siesta que se cuenta para las estadísticas —o para el récord— es la que se forja de camisón y Padrenuestro, con la luz apagada, las cortinas corridas así no entra la luz, el ventilador ruidoso a todo lo que da, los rayos del sol pasando como una maldición por la calle, el mosquerío a la bulla sobre los platos que quedaron sucios del mediodía y usted babeándose, roncando como tractor John Deere, soñando con suaves copos de nieve cayendo ingrávidos y sutilessobre el recalcitrante bochorno en que se ha convertido la ciudad. La siesta rebelde es la que, tras un sueño de dos o tres horas, provoca que uno se levante con ánimos de salir a boxear con todos los usureros del mundo, disfrazados de buenos chicos que venden licuadoras a plazos o heladeras “no frost”, con “dispenser” o “multi door”. Para lo que van a durar, también, esas porquerías de plástico.

La siesta es un acto de insurrección fenomenal, quizás el más revolucionario de todos. Cuando los economistas están calculando “atrasos cambiarios” o “utilidades y dividendos de accionistas”, el rebelde habitante de estas tierras resiste con una tenacidad digna de su causa, tapándose con la sábana si el aire acondicionado está fuerte y trata de seguir soñando con el mundo mejor que empezará a construir más tarde cuando se levante, después de tomar unos buenos mates con tortilla, en camiseta, oyendo cantar los coyuyos bajo el algarrobo del patio. Tampoco es cuestión de apresurarse.

La resistencia pacífica de Mohandas Ghandi halló en el norte de la Argentina una forma natural de manifestarse en todo su esplendor. Qué más quisieran algunos políticos que convertirnos en callados y sumisos japoneses, siempre dispuestos al harakiri del laburo como hormigas laboriosas de fábricas, calles y oficinas. La obstinada intransigencia de la siesta, repetida una y otra vez, durante años y transmitida de padres a hijos como un legado invaluable, al final torcerá los designios de quienes quieren convertir a este pueblo en un apéndice cultural y cocacolero de las naciones poderosas del orbe.

Quizás cuando llegue el momento del triunfo y se hayan extinguido los usureros locales y transnacionales, abandonemos el ritual de todos las tardes, dejando atrás varias generaciones de sufridos argentinos que en su lucha frontal y tenaz contra las dictaduras de los economistas liberales, dejaron jirones de su vida en siestas interminables de porfía de la voluntad y pertinacia del carácter.

Entonces el catolicismo será libre, para dedicarse a su tarea primordial, que es llevar almas al Cielo y conservarnos buenos, para mejor honra de Dios, la Patria y nuestra familia.

Si me paso despiertemén a las siete de la tarde. A la oracioncita, porfi.

©Juan Manuel Aragón

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