Opinión
Jorge Luis Borges murió asesinado en las redes
A veces internet y sus redes son un inmenso déjà vu que no para de rodar e imitarse. Quienes lo habitan son gente que quiere un mundo mejor y casi nunca sabe por dónde comenzar, aunque nunca es por su propia casa. Viejas aburridas agarran la computadora por primera vez y se dan a la empeñosa tarea de hacer el ridículo. Creen que todo lo salvan con la buena intención y quizás estén haciendo más mal que el bien que pretenden.
Quien lea el poema falsamente atribuido a Jorge Luis Borges, que comienza diciendo “si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores”, luego de leer semejante bazofia es posible que nunca quiera dedicarse a la literatura o que crea que todo lo que escribió el vate ciego era de una cursilería feroz. Cada vez que alguien maravillado lo publica, una legión de amigos se acerca para palmearle el hombro con sus “megusteos” admirados, como si hubiera descubierto un poema escondido del mismísimo Miguel de Cervantes. Si usted intenta terciar, aclarando que no es de Borges, le responderán “qué importa”, porque en su analfabetismo funcional les parece bellísimo. Peor si agrega: “Miren, aquí hay una poesía de Georgie que revela su forma de escribir más cabalmente” y a continuación les hace leer “El remordimiento”. Dirán que era un viejo amargado, que no entienden lo que escribía o que por eso nunca comprarán un libro suyo.
Además de Manuel Belgrano, Napoleón Bonaparte, Platón y unos cuantos más, los inventores de estos brulotes internáuticos, se meten con Julián Marías y una supuesta descripción de los argentinos que es más falsa que billete de tres pesos. El hombre escribía bien y tenía pensamientos profundos, nunca se hubiera quedado en esa pintura, apta para leer en el café a los amigos, entre risotadas, pero inaceptable en un filósofo de la talla del español. Y a pesar de que se repitió un millón de veces que no es de él, se sigue repitiendo la falacia. Total, lo que importa es el contenido, dicen, como si se tratara de un texto bellísimo y alguien con ganas de escupir el asado, sale con esas minucias.
El mundo se espanta con un presidente que usó las patrañas de internet para ganar una elección y este tipo se ocupa de estas pequeñeces, podría decir cualquiera. Es cierto, pero todo comenzó con un “qué me importa quién lo dice si están bien expresado” y terminó con una empresa fabricando noticias, en cualquier punto del mundo, para torcer el rumbo del electorado de una nación, la más poderosa de todas. No importa, porque en realidad muchos están dispuestos a creer sólo en lo que coincide con su pensamiento y las redes se lo entregan en bandeja, agrandando, de yapa, un muro que se interpone entre dos pensamientos simples, binarios y antagónicos: “Si A es bueno, entonces B es malo”.
Los expertos inventores de frases hechas para internet se congratulan cada vez que alguien cae en sus redes publicando el falso poema de Borges o lo de Julián Marías. Saben que relativizar una mentira es allanar el camino para que luego sus noticias se filtren como por un tubo en las escuetas mentes de los que creen que las redes son la vida. Y compren como buenos, tanto a Donald Trump como a Martin Luther King o al marqués de Sobremonte. Tres casos de la hijoputez más atroz de la modernidad. Pero eso sería cuestión de otro escrito.
Otro día.
©Juan Manuel Aragón