22/02/2020

Opinión

Cuando estás en peligro y vos ni te enterás

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24, de San Miguel de Tucutucu)
Cuando estás en peligro y vos ni te enterás | El Diario 24 Ampliar (1 fotos)

Mi abuelo Roque Raúl Aragón y la abuela Miquita. El más grande de los chicos es el tío Raúl, el otro mi tata (circa 1931).

Hay ocasiones en que, sin querer, uno pasa al lado de un peligro mayúsculo sin percatarse, digamos, viaja de a pie por el medio de una selva repleta de tigres y camina tranquilo, como si estuviera en el patio de su casa. Algo así me sucedió, con uno de mis hermanos. Esta es la historia.

El 1 de agosto de 1978 tenía 19 años. Le llevo 9 a mi hermano menor, José, que entonces tenía 10. Mi tata era hincha de Independiente, igual que su hermano, mi tío Raúl, pero no eran fanáticos, de hecho no creo que ninguno haya ido jamás a una cancha a ver un partido. A Eufemiano, el segundo de los varones le llevo tres años, de chico también había sido de Boca, pero un día un vecino lo convenció, se pasó de bando y se hizo de River; ahora y como todo converso, es fanático. José  creo que todavía sigue con fanatismo las campañas de Boca, pero yo apenas me entero si juega, cómo va en la tabla de posiciones, no sé quiénes son sus últimas adquisiciones, en fin. Dejó de ser prioridad en mi  vida y en mi corazón y me estoy volviendo ateo futbolístico. No  creo más.

Supe por qué me hice xeneize unos años después de la muerte de mi tata, cuando hallé un escrito suyo, en el que recordaba que mi abuelo Raúl había sido hincha de Boca. Una vez,  cuando vivíamos en Ledesma, Jujuy, recibí una carta de mi tío Raúl, que también era mi padrino, con un recorte de un diario de Buenos Aires, que en letras grandes decía  “Boca Campeón”. Él vivía en La  Plata y me emocionó saber que a tanta distancia se hubiera acordado del ahijado. Sin saberlo, ya era de Boca, aunque en diciembre del 65, con sólo 6 años y recién terminado mi primer grado de la escuela Enrique Wollman, no supiera muy bien lo que significaba.

Como un desquite por lo de Eufemiano, y ya en Santiago, durante varios años me dediqué a tumbar voluntades de los vecinitos más chicos de los monobloc de la Bolivia. Veía uno que era hincha de otro equipo y lo hacía de Boca con el sencillo método de señalarle que todos los de River eran maricones mientras los de Boca éramos machos. Alguna vez el padre riverplatense de uno de esos chicos me reclamó, pero era tarde, el hijo se había convertido en un "bostero" cualquiera, para peor fanático. Juan Pablo Coronel, que también vivía en el quinto piso, no me va a dejar que mienta.

La  copa Intercontinental, aquel  1978 que le cuento, la disputó Boca con el Borussia Mönchengladbach, de Alemania Occidental y se jugó en dos fechas: el primer partido fue en la Bombonera, el  21 de marzo y salieron empatados, dos a dos. Los goles del local fueron de Ernesto Mastrángelo y Jorge Ribolzi, para los teutones anotaron Wilfried Hannes y Rainer Bonhof. La revancha  fue allá, en el Wildparkstadion, de Karlsruhe. Y la ganó Boca, con goles de Darío Felman, Ernesto Mastrángelo y Carlos Salinas. Años después vi un documental sobre aquel partido, en el que los jugadores argentinos deleitaron a los simpatizantes teutones con sus exquisitas gambetas y un juego muy efectivo.

El caso es que ese mismo año, el 25 de junio, la Argentina acababa de ganar el campeonato Mundial de fútbol de selecciones, disputado aquí, en el país. Y el gobierno del Proceso, queriendo conseguir consenso popular, se empeñaba en mantener viva la llama de “los 25 millones de argentinos, jugaremos el Mundial”, como rezaba la pegadiza canción de propaganda del régimen militar, que muchos compatriotas que después escupieron sobre los militares, cantaron alegremente, sabiendo de qué se trataba  la cosa.

Los diarios, siempre acomodaticios con el poder, esté quien esté, le dieron poca importancia al partido aquel. En una radio de las potentes de antes, esas  que traían Onda Corta  y 19 metros, con José escuchamos todo el partido, con la voz de un locutor que de a ratos se perdía y volvía como en oleadas de electricidad. Para peor, era un día de semana, así que al día siguiente teníamos que ir a la escuela.

Cuando  terminó, a  eso de las 11 de la noche,  le pedimos el auto a mi madre, un Citroen 3CV, amarillo patito y salimos felices  de la vida, a festejar. Alrededor de la  plaza Libertad éramos los únicos dando vueltas, tocando  la bocina, ¡pipipí, piiipiii! José creo que agitaba una camiseta de Boca por el techo abierto del Citro y nadie se hacía eco de nuestra alegría, rarísimo. En un momento llegué a dudar de que Boca hubiera salido campeón. Muchos años después supe que esos festejos  estaban prohibidos de hecho, porque eran de una parcialidad argentina. Un compañero de colegio, Juan Manuel Chazarreta, también hincha de Boca y que vivía en la 24 y Avellaneda,  donde ahora hay un edificio lleno de vidrio, estaba en el balcón y nos vio pasar, al día siguiente lo comentó con los otros compañeros. En una de esas  lo recuerde,  pero quién sabe.

Esa noche dormimos felices, ojalá que José se acuerde. En ese tiempo todavía  no había sacado carnet de manejo,  pero tampoco sabía que andaban cerca los tigres.

©Juan Manuel Aragón

De Santiago del Estero, mientras pasa el verano del Año del Señor del 2020.

Leer más notas de Juan Manuel Aragón        




Recomienda esta nota: