11/03/2020

Opinión

Nadie es dueño del mate y todos son dueños del mate

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Los sirios adoptaron el mate como una costumbre típica local

(Especial para El Diario 24)

Las clases más pudientes prefieren el champán, las más humildes, la sidra, los ricos comen melón con jamón mientras los pobres, ya se sabe, no mezclan dulce con salado, para los ricos, el salamín italiano, para los pobres la mortadela de burro argentino, los ricos andan en autos con tracción en las cuatro ruedas, los pobres, en bici o ciclomotor. Lo único que une a todas las clases sociales en la Argentina es el mate, que lo toman los ricos y los pobres, los gordos y los flacos, los altos y los petisos, en Jujuy y Buenos Aires y Ushuaia, adonde quiere que usted vaya, siempre habrá alguien que le pregunte: ¿quiere unos amarguitos?

Dulce o amargo, con canela, limón, cáscara de naranja, poleo, cedrón, ginebra, con café, con té, con yerbas que vienen compuestas, en porongo, en mates de plata, de latón, de pezuña de vaca, de madera, de palo santo, enlozados, con bombillas de plata, de lata, de alpaca, y de mil formas más, el mate recorre la espina dorsal de todas las clases sociales argentinas y está instalado como la única costumbre de carácter nacional que ningún habitante de este país dejará de reconocer como tal.

Si en la casa de su pretendida, amigo, le ceban mate amargo, entonces le está diciendo que le es indiferente, si el mate es dulce significa amistad, si es muy dulce, quiere decir que debe hablar con los padres para pedir su mano, porque la chinita está interesada, si es muy, pero muuuyyy caliente, entonces significa "me muero de amor por vos", el mate frío es desprecio, con toronjil es disgusto, con canela "ocupas todos mis pensamientos", con azúcar quemada es simpatía, con cáscara de naranja "vení a buscarme", con té es indiferencia, con café ofensa perdonada, con melaza me aflige tu tristeza, con leche es estima, si es con ombú, tenga cuidado, porque es laxante, si está hirviendo significa casamiento, si está tapado es rechazo y si está espumoso, es cariño verdadero.

Costumbres, claro, que varían de una región a otra. Incluso en pocos kilómetros de distancia, hay costumbres, usos y mates diferentes. Antes, por lo menos, los tucumanos usaban un mate chiquito, mientras el santiagueño era más grande. Los misioneros usan uno gigante, en el que -fácil- debe entrar un cuarto de yerba, lo van cebando por un costadito y durante todo el día van dando vuelta la bombilla hasta completar una vuelta entera.

Recetas para cebar el mate hay muchísimas, casi tantas como cebadores. Quienes se acostumbran al mate amargo, después no pueden tomarlo dulce y viceversa. Los puristas sostienen que si se le agrega cualquier yuyo deja de ser lo que es para convertirse en otra cosa. Hay quienes, alegremente, le ponen cualquier vegetal menos yerba, lo que para muchos es una herejía. En el campo suele tomárselo con la pava, a la orilla del brasero, mientras en la ciudad se pone el agua en un termo. Hay ciudades en las que no es mal visto que la gente salga a la calle con mate en la mano derecha y el termo en la izquierda. Mientras que en otros lugares se considera un símbolo de vagancia al criollo a la orilla de la casa, sentado, criando panza. tomando mate todo el santo día.

Costumbre argentina, por supuesto, pero también uruguaya, paraguaya, brasileña y un poco chilena, boliviana y hasta peruana, según cuentan quienes anduvieron por esos pagos. Dicen que los uruguayos son expertos con el mate, y que miran con desprecio a quienes viven de este lado del Río de la Plata, porque -aseguran- en esta orilla no saben cebar mate.

Hasta antes de la guerra, Siria era el país que más yerba consumía fuera de Sudamérica, de tal forma que es una bebida común entre los paisanos. Hay quienes aseguran que lo toman a la tarde acompañado con sfijas. Quienes lo han disfrutado de esta forma, aseguran que es una combinación exacta de sabores, entre la carne picada cocinada con limón y el amargo de la  infusión americana. ¡Qué rico!

Hay quienes sostienen que cebar unos buenos mates (matungos, cimarrones, aunque cimarrón también se usa para el mate amargo), es todo un rito, una ceremonia, como la del té en el Japón. Poner el agua a calentar, esperar a que esté a punto de romper el hervor y apagar el fuego. Echar la yerba en el porongo, sacudirla, agregarle una cucharadita de azúcar, poner el agua, colocar la bombilla y tomar el primer mate, que inexorablemente debe ser para el cebador (“el primer mate es el del tonto”, dicen en el campo y otros retrucan “más tonto es el que no lo toma). Todo, acompañado por una buena e inteligente conversación o por el silencio más sepulcral, si se está solo, lógico. Los movimientos deben ser lentos, mecánicos y si es de mañana muy tempranito, se aprovechará el momento para pensar en cosas de la vida, la muerte, el amor o la sencillez de las cosas simples.

El mate viene recorriendo un largo camino en la vida, en la literatura y en los recuerdos de los argentinos, desde sus iniciales momentos, allá cuando los españoles descubrieron la planta "ilexparaguariensis", en las selvas misioneras y la distribuyeron por todo el territorio de su provincia americana. Y se ha quedar entre los argentinos por varios siglos más, marcado a fuego en su corazón, porque en cada paquete de yerba viene, no solamente la experiencia de quienes cortan y secan la planta sino también el espíritu de sus antepasados a decirles que la única infusión que une a todo el pueblo puede, algún día, hacer el milagro de reverdecer la patria para siempre.

©Juan Manuel Aragón         

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