04/04/2020

Opinión

Qué tienen adentro los que no son gente

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Qué tienen adentro los que no son gente

Usted que lee esta nota, su vecino, el quiosquero de la esquina, su señora, su hijo, yo, todos somos gente, personas, cristianos, humanos. Con nuestras particularidades, eso sí, porque somos morochos, bajos, altos, rubios, gordos, saludables, con hígado graso, pelo seco, uñas con cutícula rebelde, en fin, pero todos gente. Su jefe que no sabe nada y por eso es jefe, su enemigo, el marido de la Número Dos, su cuñado y el hombre que pasa en bicicleta todos los días por su calle, también.

Pero no todos, ¿eh?

Los locutores de las radios, los presentadores de la tele, los periodistas de los diarios y algunos políticos, a veces para hablar de nosotros, los que estamos del otro lado del aparato en vez de referirse como “todos”, dicen “la gente”. De una manera que uno piensa, que ellos no son.

Dicen: “Nosotros lo sabemos bien, pero habría que saber qué piensa la gente”, mientras miran la cámara. Entonces sabe, don que están hablando de usted. Porque usted es “la gente”. Ellos no.

Son algo así como la supra—gente, la que están más allá, la que decide qué se dice y qué no, porque puede ser peligroso que sepamos esto, esto otro o de más allá.

No calificamos para ser ellos. ¿No ha oído cuando dicen “a mi cumpleaños sólo invité a mis amigos, que son gente común”? Algunos se dan el lujo de tener amigos y familiares comunes y corrientes que, obviamente no son como ellos. Y por eso, a veces saben cómo pensamos. Desde allá arriba, por supuesto, a veces comprenden cómo obraríamos nosotros ante determinados estímulos. Nos sentimos como esos ratones de laboratorio que les ponen un queso en una parte y una ratita linda en otra, para ver qué hacen.

Unos quieren darse dique de humildes, entonces se alaban: “Yo soy parte de la gente”, como si al decirlo no se estuvieran excluyendo. Pero hay otros peores, porque se deben a “su” gente. Somos de ellos, sus esclavos, sí mi amo, le pertenezco.

Es peligroso el asunto, muy.

Le explico por qué. Uno de estos días, cualquiera puede preguntarse qué tienen para ser distintos, qué los vuelve tan especiales, distintos, tan incomparablemente superiores. Y querrá abrirlos para ver qué son. Será una acción insensata e innecesaria. Porque para mirarlos por adentro hay que matarlos, prohibido por el sexto mandamiento. Innecesario porque lo más probable es que no les hallen hígado, bazo, tripas, epiplones sino el vacío, la nada.

Usted da vuelta un vaso y si tiene agua, le cae agua, si tiene café le cae café. ¿No ha visto que ellos nunca derraman una idea? Es porque no tienen nada. Son huecos, fatuos, hueros.

Lo que sí, uno de estos días podríamos abordarlos a la salida de la tele, la radio, los diarios y preguntarles cómo es no ser gente, qué se siente, qué vientos soplan en esa estratósfera maravillosa. En su nube de gases.

O qué son, a quién le han ganado, con qué se comen.

¡Por favor!

©Juan Manuel Aragón                   

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