15/05/2020

Opinión

Lo único que pedimos a Dios es un poco de normalidad

Una palabra que muchos no querían usar hasta hace poco, ahora es un bien anhelado. Escribe Juan Manuel Aragón.
Lo único que pedimos a Dios es un poco de normalidad | El Diario 24 Ampliar (1 fotos)

Calle Independencia, en Santiago del Estero, un día de pandemia

Queremos volver a ser normales, a sentarnos en la vereda a la tardecita a ver cómo pasa la vida por el barrio, a juntarnos con los amigos. Queremos comulgar en una misa, ir a un baile y sacar a bailar a cualquiera, visitar a los parientes, salir a pasear con los hijos, entrar a un negocio y preguntar cuánto cuesta una camisa.

Entiendo, entiendo, solidaridad es pensar en los otros y tratarlos como a mí mismo. Si no quiero que se contagien debo seguir en casa, cruzando los brazos, a la mañana el izquierdo sobre el derecho y a la tarde el derecho sobre el izquierdo. Ya sé que salir todos a la calle sería lo mismo que pedir un suicidio colectivo, por eso hago caso, porque tengo amigos, familia, conocidos, trabajo, y vivo en sociedad.

Pero soñar no cuesta nada.

¿No será mucho pedir, Diosito, apretarnos en el colectivo a la madrugada rumbo al trabajo, odiarlo cordialmente al jefe de la oficina, renegar porque el mercado estaba rebosante de clientes y no se podía caminar por los pasillos, tomar un vino en casa de mi compadre, un domingo cualquiera?

Pretendemos caminar por las calles, ahora mustias, sin andar fijándonos, ¡por Dios!, en los que no se pusieron una prenda, el dichoso barbijo, para alejarnos como si fuera la peste. Andar por la calle tranquilos y que en cualquier esquina tengamos que explicar a qué vamos al almacén y por qué elegimos justamente ese, si hay otro más cerca de casa, ¡por favor!

Quizás vuelva la alegría de todos los días a la Argentina, cuando esto, que ya no queremos ni nombrar, pase del todo. Hasta el 20 de marzo si usabas la palabra “normalidad”, no faltaba el estúpido que te decía “bueno, todo depende de qué entiendes vos por normalidad”. ¿Ahora lo sabes?, normal era la vida que teníamos antes y de repente se terminó para todos.

Endemientras, oremus.

©Juan Manuel Aragón                   

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