29/05/2020

Opinión

La Tucumán imaginada de los changos del pago

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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La Tucumán imaginada de los changos del pago

Fredi Mar poblaba nuestros sueños infantiles del pago, en el departamento Jiménez de Santiago. Tucumán, ¡Tucumán!, resonaba en un tintineo lejano, llamándonos, aunque no sabíamos muy bien qué era porque no conocíamos más que el pago y el cuento de los muchachos más grandes, cuando volvían de la cosecha.

Las primeras bicicletas relucientes llegaron a hacerse populares a principios de la década del 70, cuando empezó a ser caro tener un caballo y se abrieron varios caminos que antes no eran. Las compraban en casa Jorrat, que vendía también lámparas a kerosén, ollas y sartenes y un montón de cosas más, según anunciaba la radio.

Todo eso y mucho más era Tucumán, como el colectivo de Carlos Singh que pasaba por frente a casa todos los días a las 6 de la tarde, empresa Piedrabuena y que salía de la plataforma 13 en la terminal vieja y uno que venía en el ómnibus, un tal Condorito, traía helados y fue la primera vez que los probamos quemándonos la lengua. Tucumán, las chicas que volvían para las fiestas, después de haber trabajado duro en casas de familia y contaban que los domingos iban a pasear al parque 9 de Julio.

El conociemiento del mundo nos llegaba por dos vías:LV7 o LV12. Jabón “La Mariposa” daba la hora y “los niños juegan y juegan y juegan, van al colegio, van a la escuela, con los zoquetes y con las medias ¡Ciu—da—dela! ”. Cuando la radio daba las doce campanadas, mi padre ya estaba sentado a la mesa, esperando que vayamos a rezar así empezaba a comer el puchero.

La tienda de todas las tiendas, la única que existía en ese tiempo era Grandes Tiendas San Juan. Una conocida de la familia nuestra se había ido a vivir a Tucumán y trabajaba ahí. De vez en cuando viajaba uno y al volver contaba: “La he visto a la Isabel” y había fiesta en los ojos de la gente grande. Lo que son las cosas, después conocí otras tiendas, pero se me hacía que le usurpaban el nombre.

No sabíamos lo que era pavimento, pero nos hacía mucha gracia el nombre de la avenida Brígido Terán. Con decir que una vez vino un hombre de la ciudad a cazar perdices y me mandaron a que lo lleve al cerco para ayudarlo a levantarlas. ¡Cómo hacía tiros ese hombre!, parecía que le regalaban los cartuchos. Cuando volvíamos a la casa me preguntó cuando sea grande qué quería ser. Yo le dije que iba a vivir en la avenida Brígido Terán. Viera cómo se reía.

Y déjeme decirle que pasado el tiempo, cuando me hice grande, como casi todos fui a conocer ese pago hermoso y recorrí los lugares que nombraban los mayores con admiración. Algunos nos maravillaron, como el parque 9 de Julio, mucho mejor que el imaginado y otros nos desilusionaron, como la radio LV12: creíamos que toparíamos con un edificio inmenso, con grandes máquinas y gente entrando y saliendo y era un letrero, una puerta y pare de contar.

Todo eso era Tucumán.

Y los muchachos de Avelino, que no toman agua, porque toman vino.

Me acuerdo y quiero moquear.

Pero debe ser la edad.

Juan Manuel Aragón                   

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