02/06/2020

Opinión

“¡Desconfío!”, un juego para pasar días de lluvia

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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“¡Desconfío!”, un juego para pasar días de lluvia

El desconfío -desconfio decíamos en el campo- era una diversión medio tonta pero muy divertida. Se repartían todas las cartas, mejor si eran españolas, entre tantos jugadores hubiera. Ganaba el que se descartaba primero. Uno empezaba diciendo “oro”, entonces todos a su turno se iban descartando, supuestamente tirando oros. Si alguien ponía su mano sobre una carta y decía “¡desconfío!” -desconfio en el campo- podían pasar dos cosas. Que ese naipe fuera efectivamente de oro, en cuyo caso el que había pegado el grito, tendría que tomar toda la postura para sí, con lo que le resultaría mucho más difícil descartarse. Si no era oro, obviamente pasaban al mentiroso. Lo jugué alguna vez en el campo una interminable tarde de lluvia -gritábamos “¡desconfio!” a cada rato- y también en la ciudad, en casa de unos primos, luego de que se rieran prolijamente de mí porque me había acostumbrado a pronunciar la palabra como en el pago.

Algunas veces en la vida he pensado en este juego, quizás un antecedentes de otras diversiones mentirosas como el truco, el tute y el mus, en las que el talante que uno pone vale mucho más que las cartas que le tocan en suerte. Un juego brutal que en vez de dar el quiero a un envido, sólo para ver al final qué naipes le tocaron al contrario, pega el grito “¡desconfío!”, casi como un insulto, como decirle mentiroso en la propia cara.

Hay gente que dirá (la veo como si la tuviera al frente) “pero mirá las macanas en que se pone a pensar este tonto, existiendo tantas cosas importantes de qué ocuparse en la vida”. Yo responderé que posiblemente hubiera sido preferible que pensara en las desventuras de Sócrates tomando la cicuta o Aristóteles analizando los animales que le enviaba Alejandro desde sus lejanas conquistas o en las mil y un triquiñuelas que permiten llegar con dinero a fin de mes.

¿Pero qué otra cosa hubiéramos hecho esa tarde en el campo, mientras afuera llovía a cántaros y ni las ranas se animaban a salir? No había a esa altura del verano un libro para leer y todos sabían jugar al desconfío. De no haberlo hecho habríamos pasado las horas mirándonos las caras, aburridos.

No es tan difícil la felicidad si no se tienen grandes pretensiones.

Juan Manuel Aragón                   

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