06/07/2020

Opinión

Llegan a viejos chotos y pretenden ser chicos de nuevo

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Llegan a viejos chotos y pretenden ser chicos de nuevo

Chicos de aquí, chicos de allá, chicos vengan, chicos vayan, ahora todos son chicos, nadie deja atrás la niñez. Viejos de más de 20, de 30, ¡de 60!, se tratan de chicos. Parece el país del Pato Donald, Peter Pan, Blancanieves. Nadie asume que ha crecido, nadie se toma en serio, al parecer todos siguen jugando a las bolitas, a las escondidas.

El mundo, que antes veneraba a los viejos, ahora los tiene como enemigos, casi como que quitan el espacio vital a las generaciones jóvenes, los privan del aire que respiran. Los veteranos no solamente se visten como jóvenes sino que se dicen a sí mismo “chicos”, que es una categoría reservada, al menos en la Argentina, para los niños. Oiga, ni siquiera se dicen “muchachos” o “changos”.

Si esta columna fuera una editorial, les diría que asuman que ya no son niños, que nunca más lo van a ser, que se nombren como se nombren, no dejan de tener la edad que tienen, que la vida pasó y hacerse a la idea de que son viejos no es tan jodido, al fin y al cabo tuvieron toda la vida para ir acostumbrándose. Pero como es una nota de opinión, trátense como chicos, pidan la mamadera, reclamen que los lleven en cochecito, me da lo mismo.

Eso sí, no me exijan que me de vuelta si me llaman “chico”. Porque no lo soy; no me da ninguna vergüenza haber pasado largamente los 60. Es más, sé que soy viejo, que estoy chacado, que me queda poco hilo en el carretel y por eso vivo con alegría. Cuando me despierto siempre me digo: “Bueno, ahí vamos, otro día empieza, levántate viejo que tienes que seguir remando”. No pienso en el balero, el trompo o si la niñera me va a sacar a pasear hoy.

Voy a un negocio, si el supervisor, me advierte: “Aguarde un instante que ya lo van a atender los chicos”, siempre respondo: “Chicos no, porque me mando a mudar ya mismo, quiero que me atiendan adultos, por favor” y no agrego ninguna sonrisa, porque es en serio.

Usted dirá que es sólo una palabra. Que no se puede juzgar a la gente porque siga las modas de los degenerados de la tele. Que el idioma tiende a hacerse cada vez más juvenil y la mar en coche.

La industria de la propaganda, que primero impuso que ser joven es una virtud, ahora quiere hacernos creer que ser viejo es una sórdida adversidad porque tienen una personalidad maligna, perversa. Luego esa misma industria inventa la solución que, en este caso, no podía ser sino un subterfugio mágico: tergiversar el sentido de las palabras para adecuarlas a esta nueva realidad. Es decir, son viejos, con lana blanca y creen que una palabra los hace zafar.

“Vos porque sos un viejo i´mierda”, dirá alguno. Le agregaré: “Y además mal llevado”. Si he llegado a viejo, quiero darme ciertos gustos y que nadie se enoje, le señalo al panadero que los bizcochos del otro día estaban un asco, o a la chica linda que está preciosa o converso libremente con el señor de al lado en la fila del banco, hablando de lo que sea. Y hace no mucho le di más de diez años de ventaja a unito y lo convidé a pelear. Se hizo caca en el pantalón.

Hay que disfrutar de la vejez siendo viejo, portándose como viejo, actuando como viejo, bailando como viejo, enamorándose como viejo, soñando como viejo, riendo como viejo y haciendo ridiculeces de viejo. Si te juntas con los chicos, como les dices y entre tres llegan a milochodiez, y no te das cuenta, allá vos. Es tu problema.

Yo viejo.

Pero viejo choto.

Juan Manuel Aragón                   

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